"Jigsaw" (El juego continúa): no todo lo que ves, es.
Se recuerda con alegría el ingreso de la saga iniciada con “El juego del miedo” a la industria. Película pequeña, tensa, verosímil, redonda, el juego sangriento propuesto en ese entonces por John Kramer inducía al disfrute y placer culposo. No eran estos dos atributos los únicos relevantes, “Saw”, además de ofrecer una vuelta de tuerca a un género que por ese entonces, excepto el aggiornamiento de “Scream” o “La bruja de Blair Witch” no encontraba salida, sumaba su tensa narración.
Después la saga creció e impuso a Jigsaw (Tobin Bell) como nuevo parámetro del terror, a la par que comenzó a proliferar en secuelas hasta llegar a “Jigsaw: El juego continua” (2017), octava entrega centrada en la renovación de la propuesta.
Entre la duda de un copycat, o el fanatismo extremo de algún adorador de Kramer, la trama de “Jigsaw” avanza generando secuencias que, por un lado, recuperan el sentido primigenio de la primera parte (tensión desprendida de pruebas, espacios cerrados, etc.) para luego avanzar en una acelerada resolución intentando, obviamente, mostrarse original.
En ese momento en el que la película “intenta” sorprender con un giro (previsible, por cierto) aquello que se había sostenido durante su primer acto comienza a desmoronarse rápidamente, generando un desenlace plagado de estereotipos y lugares comunes que no convence. Los dos actos, lamentablemente, y muy a pesar de Kramer, se muestran como estancos separados.
Aquello que el primero, con la intervención de la “arena” de juego en un viejo cobertizo plagado de trampas, comienza a disolver su tensión hacia una segunda parte en la que se intenta confundir al espectador para revelar la revelación final.
En el primer acto hay un regocijo y placer culposo que se desprende de las múltiples torturas que Kramer impone a cada uno de los “jugadores” seleccionados. Uno a uno, cual conejitos de indias, deberán intentar escapar de las mortales artimañas del psicótico Jigsaw.
El slasher y el gore escupiendo sangre por doquier, y la tensión en las torturas potenciada por la habilidad del guion de reinventar pruebas mientras cuela por lo bajo una subtrama policial en la que un sobreviviente y una médica forense quedan atrapados sin escapatoria. En esa dicotomía, entre ese primer instante lúdico (por nominarlo de alguna manera), en las dudas de las fuerzas sobre el origen de la nueva ola de crímenes asignada a Jigsaw, hay una pulsión que no funciona.
Cuando el film explora en paralelo esos dos mundos, el del sangriento juego, y el laboral, con pistas y pruebas que comienzan a aparecer en los cuerpos, “Jigsaw: El juego continua”, suma y desanda los pasos de las mejores entregas de la saga.
Pero cuando intenta mostrarse original y diferente a sus predecesoras, con un giro que no termina por colmar las expectativas, todo cae en tedio, conformando un escenario plagado de fichas de dominó golpeándose en cadenas y esparciéndose por todos lados sin conducir a ningún lado.