Yo admiro profundamente a Steve Jobs. Me dolió mucho su muerte - ocurrida en Octubre del 2011 -, porque estoy convencido que el tipo era una especie de leyenda viviente de la industria informática, un visionario capaz de crear revoluciones por su propia cuenta y definitivamente un individuo capaz de modificar el mundo tal como conocemos. En cuanto a su trabajo, muchísimos detractores saldrán a decir que nada de lo que él hizo es original - desde las tablets a los smartphones, pasando por los sistemas operativos gráficos, eran pre-existentes a la época en que Jobs y Apple presentaron sus versiones -, pero sólo Jobs pudo combinar los factores de manera correcta y convertirlos en impresionantes éxitos comerciales. El transformó a las computadoras en objetos de culto; las desarrolló con altisimos standares de calidad - algo que pronto intentaron imitar con escaso éxito sus competidores -; creó productos diferentes a partir de ideas existentes y los desarrolló en sus versiones definitivas; cambió la historia de las artes visuales al patrocinar bajo su ala a un pequeño emprendmiento llamado Pixar, llevándolo a la cúspide de su creatividad y popularizando la industria del entretenimiento digital; y masificó la computación a niveles nunca antes vistos, creando la tablet definitiva - un dispositivo de tan fácil manejo que cualquiera, sin conocer computación y en menos de 10 minutos, podía ponerse a ejecutar aplicaciones y juegos, y conectarse a Internet con una sencillez pasmosa -, un producto que fue copiado hasta el cansancio. A los 56 años perdimos a una luminaria que aún estaba en condiciones de crear muchísimas revoluciones digitales más; y, hoy en día, carecemos de un reemplazo válido, con lo cual la velocidad de nuestro avance en el campo de la tecnología se verá sensiblemente afectado al no tener alguien capaz de visualizar (y materializar) el futuro como solo él podía hacerlo.
Si como técnico y visionario era brillante, también me resulta admirable su heroico regreso a la empresa que fundó, rescatándola en su peor momento y convirtiéndola en la corporación tecnológica más valiosa de todo el planeta. Oh, si, el tipo era un genio y nadie puede discutir eso.
Pero también es cierto que los genios triunfan por tener personalidades excéntricas - y, sobre todo, egocéntricas -. Son tipos que surgen de uno en un millón, creen tener razón en todo, son obstinados a muerte y se manejan con un esquema de valores morales muy sui generis. Mientras que uno alaba los logros del genio, por otro lado se compadece de quienes deben estar a su lado, ya se tratan de tipos desequilibrados; eso que los hace tan especiales también los convierte en individuos de personalidades torturadas y torturantes, tipos detestables que operan con un estricto sentido del pragmatismo y que se guían por su propia conveniencia.
Steve Jobs combinaba los dos factores, siendo un héroe de la industria a los ojos del público, pero un individuo aborrecible de las puertas adentro, ya fueran de su casa o de su empresa. Yo recuerdo la entrevista - publicada hace unos años atrás - hecha a un ejecutivo argentino que tuvo la ocasión de reunirse con Jobs, y al cual intentó venderle un sistema de comunidad global de WiFi, un emprendimiento al cual Apple podía sumarse. Aún con toda la admiración que le profesaba, bastaron cinco minutos para que todas sus expectativas dieran por el suelo. Jobs le dijo simplemente que conocía su sistema, que era obsoleto y que Apple estaba desarrollando algo idéntico por lo cual no lo precisaba en absoluto (poco más le dijo que iba a aplastar a su empresa). Mostró una arrogancia intolerable y terminó por denigrar a su interlocutor. Así como él hay muchísima gente que trabajó con Jobs - o tuvo la desgracia de convivir con él - y terminó padeciendo su impulsividad y su verborragia destructiva.
El problema con semejante individuo es cómo presentarlo de una manera íntegra; que uno sea capaz de comprender las dos caras de la moneda y, especialmente, entender que la carencia de una cara sea, de algún modo, lo que impulsa el éxito de la otra. Aún cuando está muy lejos en cuanto a estatura intelectual y caracter revolucionario, la historia de Steve Jobs no difiere demasiado de la esbozada en Red Social: cómo un nerd se vuelve exitoso gracias a un producto genial y después termina destrozando a toda la gente que osa interponérsele en el camino, la mayoría de los cuales son tipos que lo acompañaron en un principio y sin cuyo aporte el éxito les hubiera resultado imposible.
La macana es que aquí no hay un David Fincher en la dirección, con lo cual jOBS termina siendo una obra muy errática. En general soy enemigo de las biopics hechas cuando el cadáver del personaje en cuestión aún está tibio, con lo cual lo que tenemos es meramente un proyecto oportunista. A mi juicio una biografía sólo resulta válida cuando han pasado 10 o 20 años de un suceso (o del fallecimiento del protagonista), con lo cual uno tiene perspectiva histórica, recoge testimonios y puede calibrar en su justa medida la magnitud de la obra del sujeto en cuestión. Pero, más que nada, tener la oportunidad de tratar una personalidad conflictuada con la objetividad que merece para valorarla como corresponde.
Sin lugar a dudas el fundador de Apple era un personaje extremadamente complicado, y jOBS le hace un flaco favor a la hora de ilustrar el complejo funcionamiento de su personalidad. En realidad el filme tiene tan poca profundidad que pareciera que el guionista lo hubiera escrito basándose en el resumen que aparece en la Wikipedia; sólo atina a vomitar datos y recrear eventos con la profundidad propia de un docudrama, careciendo de fluidez al pasar de una instancia histórica a la otra, y sin que haya un mísero momento de vuelo creativo - a excepción del viaje drogón del principio, clonado íntegramente de la secuencia del trigal de Danza con Lobos -. El filme tiene muchos problemas, de los cuales la elección de Ashton Kutchner para el papel resulta ser el menor. Posiblemente sea la mejor perfomance de la carrera de Kutcher - elegido únicamente porque posee una pasmosa similitud física a Jobs -, pero tampoco es una actuación notable o equilibrada: hay escenas en las cuales está bien, y hay otras en las que parece una caricatura - especialmente a la hora de imitar la manera de caminar del fundador de Apple , o recreando de manera forzada la pose clásica que aparece en la tapa de su biografía -.
Pero el drama de jOBS es que no sabe qué hacer con el personaje sobre el cual se centra. La primera hora se dedica a demonizarlo como un vago arrogante que abandona a su suerte a su novia embarazada, negocia de manera agresiva con los pocos individuos que confían en su emprendimiento, y se dedica a fastidiar groseramente a aquellos que lo acompañaron cuando comenzaba con su proyecto. Después el filme, reconociendo su incapacidad de manejar dramáticamente el personaje, se dedica a enterrar su vida personal y se centra en ilustrar su desempeño empresario, mostrándolo como un perfeccionista empedernido y haciendo un compendio de los grandes hits de Apple. Es difícil sentir algo por un individuo tan aborrecible al momento en que las cosas se le dan vuelta y, en la empresa que fundó, los accionistas terminan por dar un golpe de estado que lo deja literalmente en la calle. Ni siquiera está desarrollado como corresponde la etapa post Apple de Jobs - en donde fundó Next, compró Pixar y se transformó nuevamente en un pope de la industria, amén de haber aparentemente una reconstrucción moral de su vida personal, casándose, teniendo chicos y reconociendo a la niña a la que antes le negaba su identidad -, a la cual apenas se le dedica cinco minutos y que pronto plantea como un regreso para vengarse de aquellos que lo echaron. Tampoco funcionan los discursos grandilocuentes y visionarios, los cuales están intercalados de manera desubicada entre las escenas en las cuales el personaje de Ashton Kutcher actúa de manera viciosa y arrogante.
Definitivamente jOBS es mediocre. No humaniza al personaje en cuestión, nunca entendemos las razones que tuvo para tomar semejantes decisiones, jamás termina por mostrar un lado simpático o admirable. Cuando el Jobs del filme decide ponerse épico, sólo resulta pedante, y ni siquiera los hitos de Apple están expuestos de una manera que resulte impresionante. Como suele decir James Berardinelli, a veces las biopics pecan de ambiciosas (cuando no, son cocinadas de apuro); para él, la única manera en que funcionan no es presentar toda la vida de un hombre en 90 minutos, sino centrarse en un puñado de años vitales de la historia del personaje, y eventualmente presentar flashbacks que nos informen de hechos puntuales y relevantes de su pasado; sólo de esa manera podemos convivir de manera lineal con un ser pensante y llegar a conocerlo en un mínimo grado de profundidad. Aquí tenemos un collage desparejo y desprolijo, el cual no da una sensación cabal de nada y sólo termina por ilustrar la vida de un tipo pedante y camorrero, lo cual es una visión muy parcial e injusta de alguien que. en la vida real, resultó tan admirable como complejo.
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