Jobs

Crítica de Diego Martínez Pisacco - CineFreaks

El fin por sobre los medios

Hay unos cuantos problemas en esta devaluada biografía de Joshua Michael Stern sobre la figura del desaparecido magnate de la tecnología digital Steve Jobs (1955-2011). El primero de ellos arranca aún antes de ver el filme terminado y me refiero, desde luego, a la elección de Ashton Kutcher para el rol principal. En un ambiente en el que rara vez la gente se pone de acuerdo la capacidad del actor de That 70’s Show ha sido unánimemente cuestionada. Para interpretar a Jobs se necesitaba de alguien que transmita inteligencia por sobre todas las cosas y está claro que Kutcher no era la persona adecuada. En una biografía tan absorbente como ésta la presencia en pantalla del personaje es absoluta y por desgracia Kutcher no está a la altura por más que se esfuerce en copiarle los gestos y movimientos al co-creador de Apple. Como Tom Cruise cuando quiere volcarse a papeles de cierta exigencia dramática, Kutcher se saca un 10 en voluntad y un 2 en talento para llevarlo a cabo. Desde el aspecto físico se observa un parecido razonable pero no es suficiente: aquí hay un terrible error de casting que resiente un material ya de por sí precario y con serias omisiones históricas. De la dura experiencia familiar de Jobs en su infancia no hay referencias, el director se olvida de la hija a la que el genio de 160 de CI decidió no reconocer para luego en el final incorporarla a la historia sin mencionar qué lo llevó a cambiar de opinión; los años de madurez y la lucha contra el cáncer tampoco se muestran ni siquiera por encima, etc. No son irrelevantes precisamente todos estos tópicos y sin embargo el guionista Matt Whiteley no los contempla. De por sí Jobs fue un hombre ambiguo, con muchas luces y sombras, y para comprenderlo mejor esos episodios eran indispensables. ¿Será un despropósito pensar que los responsables del film no han tenido la independencia creativa para desarrollar el proyecto?

El corte de montaje que ha llegado a las salas carece de profundidad y parece un collage parcial de la vida de un innovador tecnológico formidable pero con falencias insoslayables en las relaciones interpersonales. La película, o más bien su director, parece no haber meditado sobre cuál es su postura al respecto. Ya en la primera parte del relato, ambientada en los 70s, que describe a un Jobs joven, pujante y siempre egocéntrico, la pasión creadora del hombre no condona una escena tan cruel como aquella en la que echa de su casa a la novia que acaba de revelarle que van a ser papás. El año del nacimiento de su hija Lisa, a quien no reconoce con argumentos pueriles, Jobs bautiza con ese nombre a un ordenador que venía desarrollando con su equipo de trabajo. Al marcarle la obviedad de que la computadora y la niña se llamaban igual Jobs tuvo el cinismo de asegurar que no existía vinculación alguna entre ellas y que LISA era sólo el acrónimo de Local Integrated Software Architecture. Ése era Jobs. ¿Quién podría identificarse con un sujeto con semejante comportamiento por más brillo intelectual que tenga?

jOBS, la película, no oculta algunas actitudes odiosas de su protagonista pero no las condena y ni siquiera se toma el tiempo para redimirlas (algo maduró Jobs con los años modificando decisiones desafortunadas de su juventud). Todo lo que le importa es plasmar en imágenes tan prolijas como chatas el ascenso del californiano en la industria. Joshua Michael Stern prefirió concentrarse en la lucha de poder ocurrida dentro de Apple allá por los 80’s. La batalla de un Jobs insoportablemente narcisista con el director de la junta de accionistas Arthur Rock (J.K. Simmons con un peluquín imposible) y luego con el as del marketing John Sculley (Matthew Modine), un aliado devenido en enemigo, le insume muchos minutos de metraje a Stern. A un espectador promedio esas escenas no podrían importarle menos. ¿El pobrecito billonario, padre negador y persona de nulos valores humanos la pasa mal? Qué pena… Sin embargo, ése es el aspecto saliente de esta biopic que resalta los logros económicos y tecnológicos de Jobs que ayudó con su creación a que la gente se conecte. Irónicamente era él el menos idóneo para hacerlo en su vida privada. Son las paradojas de un nerd al que la película trata con admiración ciega pero sólo por ser materialmente exitoso.

De los actores del reparto merecen un aprobado Josh Gad como el amigo ingeniero de Jobs Steve Wozniak y el eterno segundón Dermot Mulroney en el rol clave del inversor Mike Markkula que el actor juega con su habitual aplomo y naturalidad sin perder nunca la convicción. Es asimismo magnífica la caracterización de Ron Eldard (interpreta al diseñador Rod Holt), a años luz de aquel flaquito que admiráramos en La Casa de Arena y Niebla (Vadim Perelman, 2003). En una breve participación al comienzo del filme asoma su ahora blanca cabellera el único actor genio del gremio (con 180 de CI): el invariablemente intenso James Woods. He aquí una propuesta interesante para una biopic. Al menos yo iría a verla…