El hombre hecho máquina.
En 1974 la gente de Atari recibía el primer ataque de un tal Steve Jobs. El tipo acababa de tener ideas increíbles, bajo los efectos de cierta sustancia consumida durante su período de vida hippie. Nunca dejó de serlo, pero lo cierto es que con o sin alucinógenos, Steve fue un visionario indiscutido. Le llevó mucho tiempo a este genio incomprendido convencer a sus pares de que sus ideas realmente revolucionarían al mundo. Tomó clases de caligrafía en la universidad, aunque ni siquiera estaba ahí como estudiante. Fue discípulo de un guía espiritual y viajó por la India buscando la paz interior. Sin embargo, nunca la encontró. Su exigente mente superior lo empujaba permanentemente a romper las barreras de lo establecido, y no le permitía trabajar con otra gente. Él necesitaba independencia… Hasta que finalmente decidió unirse a su amigo Steve Wozniak y fundó la famosa Apple Inc.
A partir de allí su inspiración comenzó a volar mucho más alto, ya que su colega (capo de la ingeniería) tenía algunas ideas locas para cualquiera, pero más que viables para Jobs. El empresario de la manzanita no reparaba en gastos… Ni en consecuencias. Pero sabía muy bien por qué lo hacía; él había visto el futuro. Inspirado en un televisor, comenzó a mentar su primer gran invento, bajo el sello de ‘Palo Alto Copyright’. En la convención de Stanford, su primera hija no fue bien recibida, y lo ‘único’ positivo que escupió ese viaje fue el famoso nombre de la marca y el interés que mostró un revendedor en negociar. Steve Jobs no tardó en transformar ese negocio en una compra efectiva, y de a poco comenzó a ganarse la confianza de nuevas personas. Sumó más trabajadores al equipo y tuvo la suerte de ser abordado por Mike Markkula en su propio garaje (sede de la empresa, en aquél momento). Mike se convirtió en el primer inversionista que depositó fe en Jobs y su humilde equipo, pero los problemas no tardarían en llegar. Lamentablemente, la personalidad de Jobs lo convirtió a él mismo en su propio enemigo. Fue expulsado de todas partes y desentendido de sus más grandes creaciones, casi como si no hubiera tenido nada que ver en su nacimiento. El tiempo pasó y Jobs se volvió cada vez más intratable, lo cual lo forzó a aislarse del mundo tecnológico. Sin embargo, ese nuevo mundo no funcionaba sin él y fueron los mismos que lo expulsaron, quienes vinieron a buscarlo nuevamente. Steve nunca cambió, tan sólo aprendió a no tomar tantas decisiones erradas como cuando contrató al jefe de marketing de Pepsi.
Finalmente, en el año 2001, y luego de atravesar infinitos dolores de cabeza oscilando entre Apple y Macintosh, Jobs le presentaba al mundo el famoso iPod. En ese punto es donde comienza la película y vemos a un Ashton Kutcher lookeado en sus cuarenta y tantos. Personalmente, rescato esa como la mejor escena de la película, ya que se muestra al hombre que gozaba de caminar descalzo, como un ser pacífico y emprendedor, que no revela la locura bajo la que vivió durante tantos años. Me gustó el biopic de este gurú de la tecnología, pero no descarto las dudas que siempre se presentan en torno a la absoluta veracidad de este tipo de relatos. Como decía el propio Steve: “Lo que importa no es qué, sino para qué.”
@CinemaFlor