American Hero Story
Según Wikipedia, un héroe es un “personaje eminente que encarna la quinta esencia de los rasgos claves valorados en su cultura de origen”. A partir de esta definición, se puede pensar a jOBS (2013) como una suerte de mitologización, de construcción épica de la figura de Steve Jobs.
Creador de Apple, multimillonario más joven del año 1982 y número 110 en la lista de millonarios que confecciona la revista Forbes al momento de su muerte, la figura de Steve Jobs es clave en ese mondongo conceptual tan de moda que mezcla nociones supuestamente metafísicas con clases de liderazgo empresarial, y crea términos tan divertidos como “coaching ontológico”.
Las frases que el guionista Matt Whiteley le hace decir a Jobs apuntan justamente a esto: un humanismo de mercado. “El diseño es el alma de todo lo creado por el hombre”, vemos decir a Jobs rodeado de jóvenes, como un Sócrates/CEO. Ese es la primera razón de la existencia de jOBS: el ensalzamiento de la figura de Steve Jobs. Y también es el mayor error: en lugar de construir un personaje humano, contradictorio, se retrata a un Jobs que incluso cuando se enoja, cuando se caga en sus amigos, y los “garca” impunemente, es groseramente un héroe. Entonces, el primer motivo es ya un error: el ensalzamiento termina en condescendencia. Lo que podría haber sido un retrato de un personaje complejo, termina en una especie de caricaturización superficial.
El segundo motivo es Ashton Kutcher. Una de las grandes sorpresas al momento de la muerte de Jobs y la proliferación de imágenes suyas, fue el enorme parecido entre uno y otro. Además, cuando la producción de jOBS había empezado a tener retrasos, y ya se hablaba de su cancelación, fue el aval de Kutcher lo que posibilitó su finalización. Y aquí llega el momento de responder la gran pregunta: ¿Está Kutcher a la altura de las circunstancias?
Dejenme contestar con una metáfora. Las propiedades ópticas de la materia se dividen, básicamente, en tres. Transparente, translúcido y opaco, según la cantidad de luz que dejan pasar. Se puede pensar la caracterización en las biopic de la misma manera: la transparencia de aquel actor que se deja atravesar por su personaje, que funciona casi como un transmisor, incluso potenciándolo. El Johnny Cash de Joaquin Phoenix en Johnny & June: Pasión y locura (Walk the Line; 2005) funciona de esta manera: Phoenix aparece atravesado, casi transfigurado por Cash. La translucidez aparece, por ejemplo, en el Andy Kaufman que Jim Carrey compone en El mundo de Andy (Man on the moon, 1999). Vemos destellos de Kaufman, pero distorsionados bajo el filtro de Carrey. Lo cual no está mal, muchas veces la caracterización es también un trabajo de autor, una declaración identitaria del actor, una ecuación interpretativa. Y justamente en eso reside el logro de Carrey.
El Jobs que compone Kutcher es opaco. No sólo tapa cualquier posibilidad de ver en él a Jobs, sino que él se pone en el medio. Es como cuando un pelado se nos sienta adelante en un cine. Lo que verdaderamente nos va a molestar no es no ver la película, sino que va a ser ese cráneo brillante y rotundo, emplazándose en el lugar de la pantalla. Ashton Kutcher es uno de los hombres más atractivos de la industria hollywodense, y es también muy buen comediante. Pero no tiene talento: es como un James Franco desprovisto del talento interpretativo.
Otro de los errores de jOBS es el fragmentarismo en el que involuntariamente cae. Hay espacios y problemáticas mal resueltas: por ejemplo la negación de Jobs a aceptar a su hija, que se resuelve de manera abrupta, poco creíble. O todo lo que pasa entre su despido de Apple y su posterior regreso. Con la música pasa lo mismo: durante las escenas que retratan al joven Jobs (con un montaje que mezcla imágenes de él tomando ácido y viajando a la India) suena Dylan, suena The house of the rising sun. Luego asistimos al endurecimiento de Jobs, su versión adulta y garca, ¡y sigue sonando rock sesentoso!
Si bien la historia de Steve Jobs es parecida a la de Mark Zuckerberg, que David Fincher retrató, carece del ritmo adictivo y los diálogos brillantes de Red Social (The social Network, 2010). La fábula posmoderna del software de garaje, el auge de los nerds que conquistan el mundo, aquí deviene en mito plomizo, en fanatismo infértil, ramplón. Por suerte, Aaron Sorkin, guionista de Red Social, anunció que está trabajando en una biopic sobre Jobs que se estrenaría en 2014. La esperamos con ansias.