Las dos caras de un genio
Visionario y narcisista: así se muestra al fundador de Apple, con una personificación -más que interpretación- admirable de Ashton Kutcher.
Tan visionario como narcisista es el Steve Jobs que retrata la película que protagoniza Ashton Kutcher.
Las biopics atraen, y más cuando la figura central ha hecho tanto para la vida diaria -como Jobs con las computadoras personales-, y ha muerto recientemente. La personificación, más que la interpretación, de Kutcher, es admirable. La primera imagen de Jobs, entrando en un auditorio para presentar su nueva gema -el iPhone-, impacta. Realmente creemos que es el verdadero Jobs.
Jobs era un nerd, tal vez, pero lo visionario que fue en la tecnología no lo fue en su vida privada. La película de Stern deambula entre la biografía lineal, arrancando en 2001 y yendo hacia atrás, en saltos temporales, y abocándose a su genio creativo. Lo que queda claro es que todo lo iluminado que fue con respecto a la nueva tecnología, no lo fue en su ámbito más íntimo, siendo mal esposo, mal padre y abusando de sus amigos. Es recién después de un quiebre (notable en la construcción del filme) que nos encontramos con un Jobs que recompone la situación con la hija a la que, de movida, no quiso.
La película es muy diferente entre el arranque, cuando se genera Apple en el garage de los padres adoptivos de Jobs, y luego cuando la empresa ya es un monstruo, y en vez de dirimir cuestiones entre las herramientas del taller de papá, tienen lugar los enfrentamientos de la junta directiva a lo largo de una mesa y en cómodas sillas.
Esto es: cuando de un grupo de amigos se pasa a un grupo de empresarios. Cuando la corporación se engulle la historia.
No yerra la película cuando muestra a Jobs como un hombre sin reglas, autosuficiente, rudo, cruel. Eso está en la película. Pero ni una mención a su pancreatitis.
Jobs no está basada en la biografía best seller de Walter Isaacson. Y la mirada final que queda es que Steve Jobs, con sus zancadillas a amigos desde su juventud (le da menos dólares a Steve Wozniak de los que debería cuando éste cuando eran jóvenes lo saca de un brete) es una suerte de profeta en una tierra por erigirse, al que se le deben perdonar esos deslices, como si el bien supremo (¿la Mac?), el fin justificara los medios.
Por ahí queda flameando la idea de que Jobs se creyó autosuficiente como una necesidad de superar el abandono familiar que padeció de pequeño. El director Joshua Michael Stern (Swin Vote, con Kevin Costner, no estrenada aquí) le da un tono de telefilme que sigue a su personaje, y mientras lo idolatra, traza y describe, opta por no profundizar sino por mostrar.
A Kutcher lo rodearon bien. Matthew Modine (Birdy) está perfecto como el marketinero que dejó Pepsi para arribar a Apple, y Dermot Mulroney, que tan bien sabe mutar en los personajes secundarios, tienen dos personajes tan ambivalentes como retorcidos. Como Jobs, un hombre genial, sin piedad.