Naturalidad, nobleza y sencillez son atributos del mejor de cine Carlos Sorín, un realizador que debutó en 1985 con un film denso y muy trabajado (La película del rey) y que a partir de allí cultivó un estilo despojado, límpido, que invita a la reflexión y a la emoción, pero en voz baja, sin gritos ni subrayados. “Historias mínimas” fue la mejor pieza de una obra que se sostiene en personajes sencillos, paisajes desolados y en esos relatos sin intrigas, hechos de miradas más que de pensamientos. Ahora vuelve al sur, a la nevada Tolhuin, en Tierra del Fuego, para hablarnos de una pareja joven –Cecilia y Diego- que se inscribe en un programa de adopción. Cuando reciben la noticia de que hay un niño de 9 años que los espera, todo es ansiedad. ¿Qué hacemos? se preguntan. Y en la respuesta hay más miedo que alegría. Ellos soñaban con un nene de corta edad, pero bueno, como su objetivo es tener un hijo, porqué sacarle el cuerpo a lo que les manda el destino.
Ese comienzo es impecable. Es tocante, verosímil. Con miradas y silencios, la pareja se va entusiasmando en medio de un escenario lleno de dudas, pero también de ilusiones. No es fácil recibir a un nene de 9 años, mucho más cuando él viene del Conurbano, de un hogar con serias carencias, sin madre, con un tío preso y un pasado reciente por un instituto de menores. Ese otro que llega transformará la vida de todos. No sólo la de Diego y Cecilia. También la de los padres de los compañeros de Joel que no ven con buenos ojos a ese nuevo alumno que trae en su mochila una historia pesada y que en los recreos habla de violencia, de paco, de armas. Cecilia aprenderá a que lo difícil no es convivir con Joel sino convivir con el recelo de sus vecinos y hasta con las dudas de Diego. Pero es a partir de esa lucha donde el film tropieza. Se le nota el afán por dejar un mensaje reivindicador y por exaltar la lucha de esa madre. Sorín por suerte no recarga esos contratiempos ni se mete con sus personajes, cada uno tiene sus razones. Cecilia siente que Joel no merece ser marginado otra vez. Pero también entiende los recelos de esos padres que desconfían y no quieren exponer a sus hijos a las fabulaciones de este nuevo compañero. Humano y creíble, el film invita a pensar sobre el instinto materno, sobre los prejuicios pueblerinos, sobre la intolerancia y la hipocresía. En la secuencia final, Cecilia tiene que llevar a Joel a otra escuela. Pero se arrepiente. Su volantazo es toda una declaración. El auto y ella regresan al principio de la historia, cuando todo era miedo, preguntas y esperanza. ¿Qué pasará? Cecilia duda y lucha. Y así aprenderá a ser madre.