Pueblo chico, infierno grande
Lo último de Carlos Sorín nos lleva al sur de nuestro país a retratar un suceso de la vida de Joel (Joel Noguera). El niño, criado en Buenos Aires, se queda sin familia tras la caída en prisión de su tío, único familiar responsable. El matrimonio que lo recibe, además de lidiar con la adaptación del niño, se debe enfrentar la doble moral del pequeño núcleo social en el que viven, donde ninguno de sus vecinos es lo que aparenta.
Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) se mudaron a un pueblito del sur buscando una nueva vida, a la espera del llamado para tomar la guarda preadoptiva de algun niño, ya que no han podido tener hijos biológicos. Profesora de piano ella, ingeniero forestal él, un día les llega la noticia de un niño en espera. A pesar de sus miedos e inseguridades, y la diferencia de edad, pues esperaban uno de 4 o 5 y Joel tiene 9, deciden aprovechar la oportunidad. Joel no entra en confianza rápidamente, ni con ellos ni con el resto del entorno. Algunas anécdotas sobre pequeñas travesuras que rozan la delincuencia cometidas en su guarda anterior son un alerta para los padres de sus compañeritos, que empiezan una cruzada para desterrar al niño. Desterrarlo de manera literal, sin metáforas.
La propuesta parte de la base de un relato interesante que en primera instancia me recordó a El sacrificio de Nehuen Puyelli, de José Celestino Campusano. Pero la reminiscencia se quedó solo en el paisaje sureño. Uno no debería hacer comentarios en primera persona en las reseñas, por más absurdo que suene, porque las reseñas son siempre una percepción personal. Pero salí de la sala decepcionada. No por la película, sino conmigo misma, por no haber empatizado con los personajes, por no haberme metido en su mundo, por no haber tenido un mínimo sentimiento movilizado.
En contraposición a la sensación que le dejó a muchos colegas, no logré empatizar en ningún momento con los personajes. La inestabilidad emocional de Cecilia me alejó radicalmente de ella. La dinámica de la pareja en relación a Joel, de la madre exigente enfocada en educarlo y el padre que le da todos los gustos, la maestra dulce e inocente, las autoridades escolares que forman parte de un sistema burocrático que lo último que genera es contención a los chicos, la madre chismosa que quiere quedar bien con todos, los fanáticos de la iglesia que vinculan todo con dios, la mujer sumisa que tiene su pensamiento propio pero no lo manifiesta porque quien “se ocupa de las cosas” es su marido… todos se constituyen como estereotipos y no se logra dar una mirada crítica sobre ellos. La prolijidad de la narración es tal que parece buscar retratar de modo objetivo las acciones, sin tomar partido por ninguno de los personajes.
La base llama la atención, el modo de narrar atrapa pero el ritmo lento termina jugando en contra si no te identificás con ningún personaje. Terminás sintiendo que sos espectador de un desfile de estereotipos y dudo mucho que la intención del director haya sido esa. Véanla, si no tienen una piedra en el corazón como quien suscribe la van a pasar bien.