Un drama sobre las complicaciones de un proceso de adopción, el nuevo filme del realizador de “Historias mínimas” —que transcurre en Tierra del Fuego— es también un homenaje al amor y los sacrificios de una madre y una dura crítica a la hipocresía social.
La nueva película de Carlos Sorin rodada en la Patagonia cuenta una historia simple pero efectiva acerca del proceso que una pareja atraviesa para adoptar a un chico. Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) viven en Tolhuin, la bella pero también fría población de Tierra del Fuego. El trabaja en una maderera y ella da clases de piano. Desean, pero no pueden, tener hijos y están en lista para adoptar. Apenas comienza el filme tienen una posibilidad de hacerlo. Pero si bien el proceso legal resulta sumamente eficiente, la adaptación no será tan fácil. Joel, tal es el nombre del niño, es más grande que la edad habitual de las adopciones (tiene nueve años) y tiene un pasado familiar y una historia personal aparentemente complicadas que lo han vuelto un tanto hosco y silencioso. Para los nuevos padres —que atraviesan un periodo legal de seis meses de adaptación y prueba— no es sencillo lidiar con esa distancia que él parece imponer. Y el chico, si bien se muestra tranquilo y hasta sumiso, parece extrañar su probablemente más intensa vida previa.
Sorín centra esta primera parte del relato en las vivencias de la madre, que debe lidiar con la confusión que le generan el deseo y el cariño mezclados con la sensación de qué tal vez el niño no sea exactamente como lo imaginaba. Pero cuando eso parece estar empezando a encaminarse surge otro problema por el lado de la escuela a la que va en la que se genera también otra complicado proceso de adaptación—tanto para el nuevo alumno como para sus compañeros, maestros y autoridades— que no se puede resolver solo con el “amor de madre” ya qué hay otras fuerzas —y otros prejuicios— que entran en juego.
JOEL es una historia, sino mínima, bastante sencilla. Un cuento casi familiar sobre los esfuerzos y peleas de una madre para incorporar a su hijo adoptivo, primero a su vida y luego a la de su comunidad. En relación a otras películas del realizador de EL REY DE LA PATAGONIA, por lo general más amables con sus criaturas, aquí llama la atención la dureza con la que pinta a la comunidad fueguina que pone reparos a la inclusión del niño de maneras que resultan quizás realistas pero llamativamente incómodas y hasta inhumanas. Es esa tensión, de todos modos, la que permite que Cecilia se convierta finalmente en una verdadera madre, alguien con el corazón y la fuerza para enfrentar las adversidades como sea, y que se respete y se acepte su decisión de adoptar a un chico “diferente” a la mayoría. Nadie, ni siquiera del todo su propio marido —un personaje con menor desarrollo—, parece dispuesto a dar las peleas necesarias.
Más allá de esa potencial zona maniqueísta del guion, JOEL es un honesto retrato de las complejidades de un proceso de adopción. Y, gracias a la excelente actuación de Almeida, también un tocante homenaje a las madres que es creíble y sincero sin ser grandilocuente ni perder la humanidad y el perfil bajo característicos del cine del realizador.