Joel

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

El nuevo film de Carlos Sorín, "Joel", aborda una temática difícil con la clásica naturalidad y simpleza que ya son marca registrada del director. Hay realizadores que tienen la capacidad de filmar con el piloto automático puesto, y aquellos a los que siempre le veremos el rastro personal detrás de cada obra que dirijan. Carlos Sorín se destacó desde su ópera prima en 1986, "La película del rey", como un director muy atento a las historias particulares dentro de contextos simples.
Alguien capaz de convertir la rutina en una anécdota, y la anécdota en un gran evento. Quizás el mayor exponente de ese estilo sea su regreso al cine en 2002, tras un larguísimo parate de más de diez años, "Historias Mínimas". Un clásico instantáneo del cine nacional, reflejo de una época que necesitaba mirar hacia las historias pequeñas, de la gente común. Vernos a nosotros mismos.
Desde ese momento, Sorín (salvo por esa maravillosa e incomprendida rara avis que es El gato desaparece) se convirtió en el director oficial del naturalismo, imponiendo dentro de su estilo el trabajar con “no actores”. "Joel", su décima película (contando el telefilm clásico del falso documental "La era del ñandú"), recurre a ese mismo esquema pero para abordar una historia que pasará de la típica cotidianeidad a algo más escabroso e incómodo.
Cecilia (Victoria Almeida, quien ya trabajó con Sorín en su último film Días de Pesca con la que comparte cierta calidez) y Diego (Diego Gentile) son un matrimonio que acaba de mudarse a Ushuaia, Tierra del Fuego.
Mientras él trabaja cortando leña en el bosque, ella es profesora de piano. Tienen una vida tranquila, sin lujos, pero sin presiones económicas. Algo les falta, un hijo. Al comienzo del film nos enteramos que los trámites de adopción están en un nivel avanzado, y que ya hay un chico que pueden adoptar. No tiene la edad que ellos habían pedido, ni siquiera tiene la edad que les dijeron en un primer momento, tiene nueve años, y se llama Joel.
Cecilia y Diego aceptan el desafío con gusto – ella mucho más que él – e intentan lograr la adaptación del chico, que viene de Buenos Aires como ellos, a una nueva familia y a un nuevo territorio. Joel (Joel Noguera) es un chico retraído, de mirada pícara pero callado, y que tiene una historia difícil detrás. Fue criado por una abuela que falleció, y un tío que ahora cumple condena en prisión.
Para Cecilia y Diego ese no es un problema, pero deben adaptarse a la circunstancia. El guion del propio Sorín maneja dos tramos bien diferenciados.
En un primer momento, veremos la difícil integración de esta pareja con un chico que ya tiene sus mañas y costumbres, un chico callado y al que habrá que entrarle con paciencia. El realizador plantea este primer tramo con la naturalidad propia de sus films, haciéndonos creer que estamos frente a un film de adopciones más, pero con la mirada tierna del director. Habrá sonrisas, y mucha conexión entre los tres personajes, en medio de un ritmo que no se apura y deja fluir en medio de la cotidianeidad.
Cuando ya pareciera que nada más puede suceder en Joel, y comenzamos a aceptar la integración parcial de esta nueva familia armada, miramos el reloj, y observamos que aún falta un tramo para que todo finalice. Sorín nos tiene preparado un vuelco que quizás no vimos venir, y que ni siquiera es el típico que nos amagaron en aluna instancia que llevaría la historia por un lugar común. A Joel le falta una integración más.
Será en este tramo que toda la historia se resignifique, y que lo que ya habíamos visto, que tenía su propio valor, adquiera una nueva fuerza, para ubicar al espectador en otro lugar, incómodo. Sorín nos interpela y nos obliga a tomar posición. Sí, el propio film tiene su postura, y no hay necesidad de que la disimule.
Pero no lo hace desde un lugar de buenos y malos, lo hace sutilmente, y en todo caso, nos hace pensar si más de una vez nosotros no actuamos como aquellos que ahora consideramos que actúan mal. Joel abre el panorama, nos muestra la película completa que muchas veces no vemos, y así será más fácil ver en dónde está el error.
Quizás, nunca deberíamos tener esa mirada parcial. Un último punto sobre el final, vuelve a resignificar en una culminación brillante que aporta otro matiz más. Es así que Joel termina siendo una obra más inmensa de lo que creíamos. Diego Gentile se sale de sus personajes habituales (la repetición de "Relatos Salvajes") y establece un personaje en el medio, correcto, con complicidad y cruces con su contrapunto femenino. Su postura también es controversial.
El pequeño Joel Noguera es el elemento naturalista. Un chico encontrado “de casualidad” y que actúa sin actuar, con gestos, palabras a medio decir, y unas miradas que pueden ablandar hasta el corazón más duro. Victoria Almeida se carga el film al hombro y otorga una interpretación brillante.
Su personaje transita el film y realiza una propia mutación. Almeida sabe aprovechar muy bien su cúmulo de gestualidad entre la inocencia y la garra. En un papel más chico pero trascendental, Ana Katz también se luce como lo hace habitualmente.
"Joel " es otro paso adelante en el estilo Sorín. Una película que aporta una mirada diferente a su estilo naturalista, y que a su vez como un camino ida y vuelta, no imaginamos dirigida por otro director que no sea el mismo que tan bien sabe mirar el interior de los menos observados. Imperdible.