Joel es un chico de unos ocho o nueve años, la ha pasado mal en la vida y termina siendo la única alternativa de adopción, en un lugar perdido de la Patagonia, de una pareja en sus treinta. Los problemas son varios: la adaptación mutua, la conducta del chico -que no ha pasado por manos demasiado responsables-, la posibilidad de que no funcione, la discriminación, la propia escuela. El film se narra sin ripios, y tiene a Joel Noguera como un verdadero polo alrededor del que gira el resto de los intérpretes. A veces el asunto tiene una distancia demasiado excesiva, como si Sorín viera todo con más ironía que empatía. Pero eso no sucede siempre y ese desbalance suele ser corregido por los actores, que entienden a sus personajes. El paisaje patagónico -ya un tropo en la obra del realizador- tiene un rol funcional en la historia: hay una soledad en todos los personajes que se refleja en ese universo aislado, entre la belleza y la desolación que es, también, el de las propias criaturas de la fábula.