Crónicas marcianas
Desde hace muchos meses se viene hablando en blogs y redes sociales de John Carter como una de las producciones más problemáticas de los últimos tiempos. Luego de múltiples e infructuosos intentos por llevar a la pantalla grande el clásico relato de Edgar Rice Burroughs, finalmente Disney se arriesgó a financiarla y contrató -en lo que constituye el segundo debut al hilo de un ex Pixar en el cine live-action luego de Brad Bird y su Misión: Imposible-Protocolo Fantasma- a Andrew Stanton, el creador de Buscando a Nemo y una joya absoluta como WALL-E.
Con un presupuesto que se desbordó hasta los 250 millones de dólares y un material que presenta no pocas dificultades (dura 132 minutos, es apto para mayores de 13 años y tiene un guión errático que es difícil de seguir para los habituales consumidores del cine de Disney), se la ha presentado como la nueva Waterworld (un recordado fracaso comercial con Kevin Costner a la cabeza).
No tengo idea de cómo podrá funcionar (tiene que recaudar mucho dinero, cerca de mil millones de dólares en todo el mundo, para recuperar la inversión en producción y lanzamiento), pero lo cierto es que es una película llena de problemas y… de hallazgos.
Los problemas, quedó dicho, no son menores: cuesta seguir y entender -incluso cuando en varios pasajes se nos vuelven a explicar elementos básicos de la trama- el derrotero de John Carter, un veterano (renegado) de la Guerra de Secesión que termina en medio de otra guerra civil, pero en este caso del planeta Marte.
La película es pretenciosa por donde se la analice (y no es malo que así sea), pero en muchos terrenos y momentos no está a la altura de esas ambiciones. El despliegue visual (el diseño retrofuturista es del mismo de Batman: El Caballero de la Noche), el uso de las locaciones de Utah para ambientar allí el desierto de Marte, las escenas de masas, los movimientos (saltos) del protagonista son asombrosos y hablan a las claras del sentido plástico, de la categoría estética de Stanton.
El problema es que -salvo un par de logradas set-pieces que Disney adelantó como para contrarrestar la mala prensa previa- el film no termina de funcionar: la escenas dramáticas, románticas y hasta varias batallas resultan demasiado largas, anodinas, intrascendentes (y eso que Stanton ha demostrado ser un buen guionista y contó aquí con la colaboración de, por ejemplo, un premio Pulitzer como Michael Chabon).
El film -haciendo honor al apellido del protagonista- está muchas veces al borde de lo kitsch, pero al mismo tiempo tiene algo de simpático, y hasta de querible, ver una producción de estas dimensiones (gigantescas) construida sin tanto cálculo y con búsquedas casi desmedidas para los cánones y fórmulas del cine de entretenimiento familiar a gran escala. Sí, podemos definirla como un pastiche o un cocoliche (tiene algo de Flash Gordon, Superman, Star Wars, Gladiador, El vengador del futuro, Cowboys vs. Aliens o Avatar), pero también como una rareza con pasajes audaces y divertidos, que nunca va a lo seguro y que jamás tiene miedo al ridículo.
¿Si la recomiendo? Creo que es interesante verla con su mixtura de géneros y registros (western, superhéroes, ciencia ficción, gladiadores, comedia, romance), con sus grandes momentos cinematográficos y sus múltiples incoherencias. La fui a ver a una avant-premiere con tres niños (dos de ellos, mis hijos), que apenas se encendieron las luces me dijeron: “No entendimo nada”. Sin embargo, a los pocos minutos, coincidieron: “Es de las mejores películas que vimos ¿Cuándo vamos de nuevo?”. No tengo 5 ni 9 años, como ellos, y mi función aquí es la de analizar un film en su conjunto, pero John Carter deja esa sensación ambigua, contradictoria. No está bien, pero tampoco está mal. Está muy lejos de ser un producto redondo, pero genera una atracción, casi, irresistible. Una experiencia rarísima. Júzguenla ustedes mismos.