Aventuras en las que falta el espíritu pulp
Escrita por Edgar Rice Burroughs, autor de Tarzán, la novela por entregas Una princesa de Marte –en la que se basa John Carter: Entre dos mundos– es casi la definición misma de pulp. Primero, porque se publicó a comienzos del siglo XX, época en la que esa clase de relatos populares y baratos, publicados en diarios o revistas, alcanzaron su apogeo. Pero además porque mezcla espacios, géneros y verosímiles de lo más diversos, con todo impudor y a todo vapor. Habría que leer aquel viejo folletín para ver cómo se amalgamaba todo eso allí. La película –cuya tríada de guionistas incluye al novelista de culto Michael Chabon– funciona como una mescolanza, que no termina de hacerse cargo de lo pulp que hay en ella. No hay humor, guiño o disparate asumido en esta primera película con actores de Andrew Stanton (que cuando estaba en Pixar dirigió Buscando a Nemo y WALL-E), sino un copy & paste que parece hecho en automático, poniéndola más cerca de Flash Gordon (la película) que de Flash Gordon (el serial).
Empieza como enigma de época, sigue como western de posguerra civil y deriva en una variante de ciencia ficción que transfigura distintos tipos de relatos, desde las aventuras selváticas hasta las películas “de romanos”, pasando por las intrigas cortesanas. Todo ello en un planeta exótico, en el que la gente convive con monstruos de variado pelaje (y tamaño). Después de publicada la novela, ese guisado inauguró, según dicen, un género al que se llamó de “planetas y espadas” (sic). A fines del siglo XIX, y por efecto de la famosa “puesta en abismo”, un jovencito llamado Edgar Rice Burroughs (Daryl Sabara, el ex chico de la serie Miniespías) es convocado a la mansión de su tío, John Carter, que acaba de morir sorpresivamente, dejando para él, como legado, el relato que explica esa muerte. La novela del tío se inicia en el sur de los Estados Unidos, poco después del fin de la Guerra de Secesión, cuando Carter –un verdadero rebel, capaz de querer asesinar al tipo que lo juzga, a los soldados que lo detienen y a los guardias que lo cuidan– termina eyectado, por obra de cierto sortilegio, al planeta que el título de la novela anticipa.
En ese planeta, un rey bueno (Ciarán Hinds) combate contra un líder malo (Dominic West, de la serie The Wire), con su hija, la princesa Dejah (Lynn Collins, que viste como Raquel Welch en Un millón de años a. C.) como prenda entre ambos. Pero no en el sentido gauchesco del término. Dotado, gracias a la diferencia gravitatoria, de la capacidad de saltar como una hiperlangosta, el terrícola (Taylor Kitsch, cero presencia) intentará proteger, espada en mano y sin un pelo de lerdo, a la poderosa morocha, enfrentando a malos y monstruos. A algunos de ellos, en arenas como de circo romano. Si al frente de John Carter hubiera estado un Robert Rodríguez, incluso un Patrick Lussier (el de Infierno al volante), este cambalache pudo haber sido divertido, despatarrado, asumidamente pulp. Como si nunca hubiera pasado por Pixar, como si Buscando a Nemo y WALL-E las hubieran dirigido otros, Mr. Stanton se comporta, en cambio, como administrador de un despiporre que nunca es tal. Una princesa de Marte dio lugar a una saga de diez novelas, así que habrá John Carter de acá a la próxima década.