Un héroe para las rojas arenas
Analizar esta resurrección cinematográfica de John Carter es bastante complejo. Porque el personaje creado por Edgar Rice Burroughs es el ancestro de muchas cosas que vinieron después: por eso no es raro que el filme dirigido por Andrew Stanton (quien adaptó junto a Mark Andrews y Michael Chabon la novela “Una princesa de Marte”) recuerde a muchas cosas que uno ha visto o leído.
El terrícola devenido paladín en otro mundo, como el “Flash Gordon” de Alex Raymond; el Marte seco y decadente, como el descubierto en las “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury; los guerreros y princesas semidesnudos desarrollados por los ilustradores (y los adaptadores cinematográficos) de los personajes de Robert Erwin Howard, como “Conan El Bárbaro” o “Sonja la Roja” (los mismos ilustradores que hicieron las portadas de las diferentes ediciones de las novelas sobre Carter); el ejército inesperado que viene a decidir una batalla, como los Ents, los Rohirrim o los guerreros fantasmas en las diferentes partes de “El Señor de los Anillos” (con su diversidad de razas y sus monarcas virtuosos).
Ahí está el dilema: para el espectador desprevenido, este filme puede representar un refrito del último siglo de ciencia ficción y fantasía, cuando en realidad adapta historias creadas hace cien años. Otros lo han acusado de simplismo, cuando su embrión es anterior a todas las complejidades temáticas que vinieron después (valga el recuerdo de que el filme de “Flash Gordon” también quedó encerrado en la clase B, recordado especialmente por la música de Queen).
Campeón inesperado
El comienzo del relato muestra a un John Carter en la tierra, a finales del siglo XIX, que telegrafía apresuradamente a su sobrino, curiosamente llamado Edgar Rice Burroughs. Cuando el joven llega, el tío ha muerto, lo ha nombrado heredero, y le deja un diario que sólo él puede leer. Como en un giro borgeano, la acción comienza con el muchacho leyendo el diario. Así, el joven se adentra en la historia de Carter, ex soldado sudista en la Guerra Civil devenido en buscador de Oro.
Perseguido por el ejército para que se sume a la lucha contra los apaches, termina encontrando una cueva con oro, un extraño personaje y un medallón que lo lleva a otro mundo, que no es otro que Marte, o Barsoom, como le llaman allí (la Tierra es Jasoom).
Allí descubre que, por cuestiones de la diferencia de gravedad, puede saltar largas distancias, y tiene una fuerza mayor. Capturado por los tharks, una de las razas de ese mundo, pronto se verá involucrado en una batalla entre las fuerzas de la ciudad móvil y devastadora Zodanga, y las de Hellium, la única ciudad que ha contenido a los planes de aquella.
Lo que ha pasado es que los therns (los seres ocultos como el que se encontró Carter en la Tierra) le han dado una superarma a Sab Than, el Jeddak (rey) de Zodanga, lo que ha roto el equilibrio de un mundo seco y bastante despoblado, surcado por canales que rememoran antiguos mares hoy desaparecidos.
Carter salva en la refriega a Dejah Thoris, la hija del Jeddak de Hellium, reclamada como esposa por Sab Than. La muchacha (guerrera y científica) ve en el terrícola al paladín que su mundo necesita por lo que terminará involucrándolo en la guerra y en una relación afectiva (que obviamente se sospecha desde el minuto cero), aunque algo contenida por hechos del pasado del héroe que se irán revelando con el correr de la historia; los que lo alejan de cualquier compromiso social y sentimental.
Despliegue visual
Stanton muestra habilidad en la dirección, habida cuenta de que todos sus trabajos anteriores se dieron en el campo de la animación (“Bichos”, “Buscando a Nemo”, “Wall-E”). Sin embargo puede hacerse cargo de un filme grande, con centenares de extras y mucha posproducción digital. También logra desplegar el relato en un ritmo acertado a lo largo de poco más de dos horas, siempre un desafío en esta clase de filmes que requieren explicaciones sobre las lógicas intrínsecas del mundo en el que se ambientan.
No es casual que esté Stanton a cargo: el estudio Pixar estuvo atrás del desarrollo visual, que recurrió a la técnica de reconocimiento corporal y facial (al estilo de Weta Digital) para subir actores a zancos y ponerlos a interpretar a los tharks. El detallismo estuvo puesto en la contratación de Paul R. Frommer (el lingüista que creo el Na’Vi para “Avatar”) para que haga un lenguaje thark, a pesar de que se lo habla muy poco.
La dirección de arte no inventa nada nuevo, pero construye una estética retrofuturista, que huele a “ciencia ficción vieja” y sobre todo a las precuelas de “Star Wars” (desde las criaturas a las naves y vestuarios).
Nombres y rostros
Como suele ocurrir en estos casos, el aporte de los actores está más en su physique du rôle que en sus dotes actorales, pero en general no desentonan. Taylor Kitsch está bien como el paladín, algo más flaco y delicado que las representaciones pulp a lo Conan. Lynn Collins luce muy bien como Dejah Thoris, aguerrida y llenando muy bien su escueto vestuario. Los villanos quizás estén un poco aguados, pero ahí están Dominic West como Sab Than y Mark Strong (Matai Shang, frío líder de los therns).
Los otros actores en carne y hueso son Ciarán Hinds como Tardos Mors (el padre de Dejah), Daryl Sabara (un asombrado Edgar Rice Burroughs) y James Purefoy como el general Kantos Kan (comodísimo en un papel menor pero necesario).
En cuanto a los actores reconstruidos digitalmente, están Willem Dafoe como Tars Tarkas (el Jeddak de los tharks, con su compleja personalidad), Samantha Morton como su hija, la rebelde y solidaria Sola, y Thomas Haden Church como el usurpador Tal Hajus.
El escaso rendimiento en taquilla quizás mate la posibilidad de las secuelas previstas, que adaptarían otras novelas del ciclo de Barsoom. Pero no está mal este homenaje a Edgar Rice Burroughs y un personaje menos famoso (a la sombra de Tarzán), el primer héroe que caminó las rojas arenas de Marte.