Con mucho secreto de sumario en las funciones previas, y una importante parafernalia de publicidad, se estrenó “John Carter: entre dos mundos” en nuestro país.
Creo haberlo mencionado alguna vez, cuando era chico fui al cine a ver “Invasión Junk” (1982) con Marc Singer, el de la serie televisiva “V Invasión extraterrestre” (1983/85). Era la de un guerrero que tenía el poder de ver y actuar a través de os animales. En aquel tiempo la película me fascinó y jamás me fijé en todos los errores narrativos, los pésimos efectos especiales o las desacertadas actuaciones empezando por el mismo Singer. Lo bien que hice, porque me permitió disfrutarla sin condicionamientos, poniendo todo de mí para que me guste y poco podía importarme lo que dijeran los críticos. A lo mejor le pasa lo mismo a los chicos que vayan a ver John Carter, con lo cual sólo queda advertir dos cosas a los abuelos, tíos, padres y demás parientes: Las dos horas y cuarto de duración (lo menciono porque hay chicos que a lo mejor no se bancan tanto tiempo sentados), y la regular calidad de la obra en cuestión (lo menciono porque para los chicos puede andar pero Ud se va a pegar una siesta de novela).
Luego de una introducción narrada que suena a cuento viejo, veremos bastante acción en el planeta Marte. Sab Than (Dominique West) está dispuesto a reventar todo el planeta a partir del descubrimiento de un arma especial, con la anuencia de tres sujetos bastante fanáticos del caos. Marte se presenta como un planeta seco, desértico, sin plantas ni agua. La acción pasa al nuestro. John Carter (Taylor Kitsch) es un ex soldado de la guerra civil a quién el ejército insiste en re-reclutar para seguir matando. Pero John ya no cree en nada ni en nadie, lo único que quiere en esta vida es oro. Por razones de la casualidad, huye de soldados e indios y termina en una cueva donde se producirá, ¿traspaso?, ¿transportación?, bueno algo así, al planeta rojo. Allí, porque al autor del guión se le canta, puede saltar muy alto y lejos. Todo el resto no. Conocerá una tribu de cigarras gigantes, flacas y altas como los habitantes de Pandora en “Avatar” (2009), pero en vez de cola tienen un par de brazos de más y una princesa obligada a casarse con Sab sin su consentimiento. Como se ve, Shakespeare es, efectivamente, universal.
Toda la historia girará alrededor de este conflicto. La producción es un concierto de redundancias, prácticamente sin subtramas, que aporten al crescendo dramático, es más, por momentos parece que son dos historias distintas que eventualmente chocarán entre sí.
Los rubros técnicos son difíciles de analizar. Por momentos los efectos especiales y visuales, de sonido, junto con la dirección de arte, son correctos, en tanto en otros se nota la falta de presupuesto para CGI y demás, especialmente en las escenas en donde Carter pega esos saltos inverosímiles. Lo único librado a la imaginación son los cheques que Willem Dafoe, Thomas Church o Bryan Cranston se llevaron por participar en esta película. De hecho la dirección de arte trata de seguir a rajatabla la descripción hace como un siglo y pico realizó Edgard Rice Burroughs, el padre de la criatura, cuando lo que están pidiendo a gritos el guión, su realización y los espectadores. Es un aggiornamiento de todo. Para colmo el autor de Tarzán escribió como diez historias más con estos personajes, así que si funciona bien en boletería ya sabe lo que le espera.
Por suerte de usted, cuando se estrene la quinta o sexta parte los chicos van a poder ir solos al cine.