Un cowboy –ni más ni menos– es trasportado inadvertidamente a Marte, donde su diferente contextura física le permite ser una especie de Superman menor. Unos seres inmortales dominan el planeta y hacen que los villanos lo saqueen con una ciudad andante (sic). En Marte hay, además, una raza belicosa, un reino pacífico, y una princesa científica con la que quiere casarse uno de los villanos, y Carter termina enamorándose, uniendo a los buenos contra los malos y aceptando su destino de héroe. Carter es un invento de Edgar Rice Burroughs, el “padre” de Tarzán, y el film intenta rescatar ese espíritu de aventura disparatada y de invención exótica del autor. Lo logra en más de un momento, así como hacer creíbles a la mayoría de los personajes. Sin embargo, en este paso al –casi– cine con actores, el realizador Andrew Stanton no logra mostrar la precisión narrativa de “Buscando a Nemo” y “Wall-e”, sus films anteriores. Sí la idea de que es necesario salir al mundo para aprender de él, aunque aquí aparece de modo más bien lavado. Lo mejor lo constituyen los momentos de acción y ciertos personajes (el líder de los marcianos de seis brazos, por ejemplo) realmente atractivos. Pero el espectador notará que en John Carter aparecen elementos que ha visto en “Flash Gordon”, en “La guerra de las galaxias”, en “Avatar”. No es culpa de este film, sino de que la saga de John Carter fue saqueada repetidas veces desde los años `20. Stanton lo sabe y por eso es que juega a exagerar motivos y decorados, a rescatar cierto aire camp de aquellas ficciones. El resultado no va más allá de un simpático anacronismo.