Andrew Stanton, entre dos mundos
Curiosamente en el lapso de los últimos dos meses, hemos visto el debut en el cine de acción en vivo de dos directores que han hecho sus carreras en el cine de animación y que, especialmente, han pasado por la escudería Pixar. En primera instancia vimos a Brad Bird (El gigante de hierro, Los increíbles, Ratatouille) con Misión imposible: protocolo fantasma y ahora nos toca ver lo que ha hecho Andrew Stanton (Buscando a Nemo, WALL-E) con el texto de Edgar Rice Burroguhs, John Carter: entre dos mundos, a un siglo de su publicación. Lo interesante es que si bien ambas películas son prodigiosas en la utilización de efectos especiales, Bird se introdujo en un mundo real, con personajes de carne y hueso, donde la tecnología aparece para connotar lo fantástico del mundo, el elemento descabellado que hace de la experiencia en la Tierra algo formidable. En el caso de Stanton, lo humano se mezcla con lo extraterrestre, lo fantástico toma la textura del CGI, y los efectos especiales ya no sirven para connotar lo fantástico de este mundo, sino para hacer posible lo increíble de otros universos distantes. Tal vez Bird haya logrado transpolar efectivamente la anarquía de formas del dibujo animado en lo humano, mientras que Stanton ha disimulado con la presencia de lo humano la constante forma de lo animado. Con sus fallas a cuesta, especialmente en el ritmo cinematográfico, ambos realizadores dieron un paso acertado y preciso en este lado del universo del cine, continuando con sus temas y sus obsesiones formales, a la vez que han re-impulsado amablemente el cine de acción y aventuras.
Pero centrémonos en Stanton y su John Carter: entre dos mundos. Antes que nada, una curiosidad: en sus tres películas a la fecha, el nombre del personaje central aparece en el título: Nemo, WALL-E, John Carter. Esto, que puede ser una casualidad, es algo fundamental en las historias que le gustan a Stanton. Si tenemos en cuenta estas tres obras, está por demás claro que el director siente muy fuerte esa gran herencia del cine clásico de Hollywood, donde el héroe individual es quien marca el camino para la rebelión de la comunidad. Por eso el director trabaja el mito, el nombre propio entendido como la clave cristiana que llevará al salvador. De alguna manera Nemo, WALL-E y Carter lideran a los suyos, ya sea un grupo de peces encerrados en un acuario, la raza humana a la deriva o marcianos que sufren la violencia de una comunidad superior y beligerante. También está claro que Stanton ha visto muchísimo cine y que los géneros aparecen citados, regurgitados, transformados en otra cosa: Buscando a Nemo es una de fugas imposibles, WALL-E asalta la ciencia ficción con 2001: odisea del espacio como ejemplo más depurado, y John Carter, tal vez la más compleja y elaborada en eso de mezclar, fusionar y hacer un pastiche, contiene al western, pero también a las películas de gladiadores, las de intrigas palaciegas y las aventuras kitsch, a la usanza de un Flash Gordon.
Sí, también hay que decir que John Carter: entre dos mundos es una película fallida por momentos, pero de una notable intensidad por otros, una aventura que no desatiende el humor y la diversión, y donde un espíritu de nobleza y ligereza campea todo el relato. Hablábamos de ese “transformar en otra cosa”, y eso evidentemente tiene un fuerte lazo con la animación, que es el mundo del que viene el director. En Stanton, el saber cinematográfico nunca es pedantería (ver las referencias al musical y al cine mudo en WALL-E) y sí un juego: de hecho, WALL-E relee y mejora hasta hacerla querible a esa porquería solemne y tonta en sus simbolismos que fue la 2001: odisea del espacio de Stanley Kubrick. Y el juego en John Carter: entre dos mundos es múltiple, porque por un lado el director adapta un texto que sí es de aventuras pasatistas, pero de un autor “importante”; y por el otro narra como por segmentos que son un recorrido por la historia del cine de acción, aunque nunca hace del guiño una presencia consciente o autocelebratoria. John Carter: entre dos mundos es una película libre en ese sentido, grácil, fluida, como el trazo del dibujo animado, y eso causa un placer irrepetible si pensamos que costó más de 200 millones de dólares y debería estar pensada como un divertimento infalible. El film es dueño de una ambición extraña, que pasa más por la necesidad de hacer lo que uno quiere de la forma que se le plazca, más que por la elaboración de un producto perfecto en sus métodos.
Está claro, también, que con un material similar al que contaba James Cameron en Avatar, Stanton carece -por ahora- de la mirada de un creador de imágenes imponentes, aunque hay un par de momentos impecables, como la llegada de Carter a Marte, o ese montaje paralelo entre cierto acontecimiento del pasado terrestre de Carter y una matanza de criaturas en Marte, o la escena péplum, con Carter peleando contra gigantescas criaturas. Tal vez el mayor error de la película y del director, y acá retomamos la relación con Brad Bird y su Misión imposible…, es que Stanton logra recién en los últimos diez minutos que el conflicto humano nos importante. Antes, por más de dos horas, resultaban más interesantes los personajes animados (el “perro” Woola es un hallazgo) que Carter o las razas humanas. Esta falencia no es sólo de construcción de personaje, sino que tiene que ver con la habilidad que posee el director para trabajar mejor el trazo abstracto de las criaturas digitales (una modernización del dibujar) que la implicancia física de los actores. Eso que lograba Bird con Ethan Hunt en lo alto de un edificio o en medio de una tormenta de arena, Stanton no puede o no sabe hacerlo. En ese “entre dos mundos” que plantea inconscientemente el subtítulo en castellano que le han puesto por estas tierras, está parte del nudo central de la película: Stanton todavía se siente más libre en el mundo inventivo de la animación que en el tangible de lo real, donde las emociones se deben desarrollar por medio de otros códigos. No hay nada malo en eso, sólo que limita las posibilidades de un relato como este, divertido, ágil, amable, imaginativo, generoso en emociones y trepidante en la aventura.