Una historia de amor interplanetaria es la base del conflicto de “John Carter: entre dos mundos”. Basada en la novela “Una princesa de Marte”, de Edgar Rice Burroughs, el autor de “Tarzán”, la película apela a una historia en la que se mezcla el arrojo de un soldado desertor del ejército de los primeros años de la independencia de Estados Unidos devenido buscador de oro. Carter no había tenido suerte hasta ese momento. Y tampoco la tendrá cuando entre en una cueva donde encontrará el metal, pero también un curioso objeto que lo transportará a otro planeta. Allí cae prisionero de unos extraños seres y conoce a una princesa empeñada en salvar a su mundo en ruinas de la mezquindad de un gobernante rival. La aventura sin límites y la intención de entretener impulsan el relato, además del inevitable y eficaz apoyo de la tecnología utilizada para generar los miles de seres fabulosos que acompañan a los actores. La historia está impregnada del clima inquieto de su época, lanzada en 1912, con una estética que es tanto una evocación de las maravillas de la Revolución Industrial como un tributo al ingenio de Da Vinci, y también de la Roma antigua, con sus costumbres brutales y su coliseo, todo en una aventura épica y desbordante que, en el cine, no termina de aprovechar su potencia.