Cuando llegó la primera entrega de John Wick, en 2014, pasó bastante desapercibida a nivel comercial. Fueron el boca a boca y las recomendaciones de amigos lo que nos acercó a descubrir que la película de Chad Stahelski es realmente una gema del cine de acción. Y como siempre, cuando se anunció la secuela, tuvimos miedo. Afortunadamente, aquellos temores fueron infundados.
En primer lugar, véanla. Voy a procurar dar la menor cantidad de detalles posibles sobre la trama porque, si bien no hay nada que pueda ser considerado un spoiler a lo "Bruce Willis estaba muerto" en Sexto Sentido, es una película que merece ser disfrutada minuto a minuto sabiendo lo menos posible sobre ella de antemano.
Reestablecido en una vida más tranquila después de los sucesos de la primera parte, John Wick (Keanu Reeves) aún debe un favor, que se rehúsa a cumplir. Pero Santino (Riccardo Scamarcio) no va a dejar su favor sin cobrar y busca la manera de forzarlo a colaborar. A partir de aquí, Wick debe mover todos sus hilos y volver a ponerse el saco para devolver lo que debe. Aunque, hecha la ley, hecha la trampa, la misión se complica y lo que inicialmente era devolver un favor desemboca en un regadero de sangre.
Probablemente por la sobriedad en la interpretación de Reeves (o la comprobación de la teoría que es de madera actuando) y el cuidado de algunos detalles como la cantidad de balas que dispara antes de recargar el arma, John Wick se convierte en un héroe absolutamente creíble pero que a la vez juega con la hipérbole jamesbondiana en algunas poses "de tráiler" (la primera secuencia en el auto, por ejemplo), oscilando así entre un tipo que podría ser perfectamente real y un superhéroe. La magia que destila Keanu reside en la dosificación de estas dos caras, que generan un personaje tribunero a más no poder.
Siempre les pedimos a las secuelas que sumen algo a la película original, y esta segunda parte cumple con ello. Nos deja ver qué hay más allá de Wick: quiénes mueven los hilos de su entorno, qué relaciones y entramados hay en esta especie de submundo clandestino a gritos que transita. Y no sólo debe enfrentarse a un peligro más grande, sino que los recursos con los que cuenta son más limitados, explotando justamente la parte más realista del personaje. Y al hacer presión sobre lo real, el superhombre asoma con más fuerza.
Las coreografías de pelea tipo "uno contra todos" son impecables. Cada golpe y cada tiro cuenta, hay fallas, aciertos y algo de azar que se encadenan de una manera que te deja sin aire. Es él contra todos, de manera literal y efectiva. Y, por supuesto, no escatima en sangre.
Las ruinas (como el subsuelo del boliche en la primera parte) y el agua vuelven a ser escenarios que contienen a sus objetivos; el agua en particular quizás como metáfora de bautismo, intrínsecamente ligado a una purga de pecados, pero no a través del perdón, sino del castigo. En lo personal y por motivos que no logro aún dilucidar, la película me genera cierta sensación mística, religiosa, como si estuviera viendo algún tipo de leyenda bíblica. Vaya uno a saber.
Quizás por la presencia de Laurence Fishburne o por pequeños guiños de la trama que no vale la pena adelantarles, el espíritu de The Matrix está presente. No podés evitar sonreír cuando ahora, 18 años después, es Reeves quien, en otro contexto, le ofrece dos opciones (pastillas 😉) al otrora Morfeo.
Igualando, si no superando la primera entrega, la música es impecable. Parte de la identidad de esta franquicia (¡con tercera parte casi confirmada!) pasa por jugar al contrapunto entre lo que suena diegéticamente y lo que sucede. Y que esta dualidad no se vea forzada es un mérito innegable.
VEREDICTO: 8.0 - MATÁME, JOHN WICK, MATÁME
Con una trama coherente y entretenida que actúa de soporte para profundizar más en el protagonista y en su entorno, John Wick 2 no decepciona y nos ofrece todo lo que esperábamos del personaje: tiro, lío y cosha golda, acompañadas de una muy buena banda sonora y, obviamente, un simpático perrito nuevo.