Nuevo perro, nuevos trucos
John Wick 2 (John Wick: Chapter 2, 2017) es todo lo que uno puede querer de la secuela de Sin control (John Wick, 2014), el film de culto que signó el retorno de Keanu Reeves como héroe de acción. Dirigida por Chad Stahelski - quien en la trilogía Matrix coordinara las escenas de artes marciales y fuera el doble de riesgo del propio Reeves - y escrita por Derek Kolstad, no sólo es una película de acción impecablemente filmada sino que redobla la apuesta al peculiar mundo surrealista que la primera entrega apenas develaba.
¿Qué son las películas de John Wick sino films surrealistas vestidos de súper-acción? El mundo, aburrido y cotidiano como lo conocemos, es un campo de juego para una sociedad secreta de asesinos escondidos a plena vista que viven matándose a cambio de recompensas. Viven y mueren bajo dos reglas: la primera es que el Continental - la cadena de hoteles de lujo en la que la mayoría de estos asesinos viven - es el único espacio neutral, un oasis en medio de sesiones de asesinato y espionaje. La segunda, la que saca a Wick nuevamente de su retiro, son las deudas de sangre.
La película abre con John Wick - un asesino legendario, infame a lo Keyzer Soze - atando los últimos cabos sueltos de la primera película y “negociando” la paz con Tarasov (Peter Stormare). Habiendo recuperado el último memento de su muerta esposa y conseguido un nuevo perro, Wick se dispone a vivir el resto de sus días en el mausoleo que es su casa. Entonces llega un ex compañero asesino, Santino (Riccardo Scamarcio), esboza su deuda de sangre (literalmente: un relicario embebido en la sangre del deudor) y envía a Wick a Roma a cumplir un último trabajo que trae consecuencias inesperadas.
Si a la película le falta algo es el envión de la primera, que contaba una historia un poco más personal y se nutría del shock que resultaba la masacre del cachorro del protagonista (herencia de su difunta esposa). El nuevo film no posee un equivalente así de efectivo, así que es un poco más desenfocada. Se aprecia el detallismo con el que las viejas caras de la película anterior reaparecen en funciones similares, y la adición de enemigos a la altura de Wick como Aries (Ruby Rose) y Cassian (Common). Laurence Fishburne, el Morfeo de Matrix, se reúne con El Elegido en una escena simpática aunque la reunión es más circunstancial que otra cosa.
Tras una temporada de acción mediocre en forma de Assassin's Creed (2016) y Resident Evil: Capítulo final (Resident Evil: The Final Chapter, 2016) es un placer ver una película tan estética y comedida como John Wick 2. Las locaciones son sitios fastuosos - mansiones, museos, galerías de arte, hoteles de lujo. En vez de cifrar la acción con cámara temblorosa y montaje hiperactivo Chad Stahelski la presenta elegantemente, con movimientos de cámara concisos y planos largos que centran la acción en vez de esconderla. La coreografía es impresionante pero también pragmática: vemos a Wick utilizando las mismas tácticas y tomas de lucha no porque sean sensacionales sino porque son prácticas. Van con un personaje disciplinado, ascético y harto de las inconveniencias.
Son tan divertidas estas películas. Se parecen a lo que un niño imagina en medio de un juego violento durante el recreo. Todos los personajes se conocen y da la impresión que todos son amigos hasta que las reglas los enemistan. Su mundo está fabricado de caprichosos “no se vales” que tienen que ser observados por todos los partícipes, so pena de reclamar el arbitraje de mayores. Los árbitros de este mundo son los gerentes del Continental (Ian McShane en la sede de Nueva York, Franco Nero en la de Roma), que sancionan a los asesinos con el aplomo de profes decepcionados. Una pelea termina ni bien se pone un pie en estos hoteles, el tipo de “pido” inviolable que necesita cualquier juego de manos. Hasta los recursos que los asesinos usan - trocando monedas falsas entre sí y comunicándose con palomas mensajeras - recuerdan a la maña de niños que usan las sobras del mundo de los adultos para escenificar sus juegos.
Chad Stahelski y Derek Kolstad probablemente no tenían ninguna intención de plantear tales paralelismos, de extrapolar la imaginación infantil en una película de acción ni de seguirla al pie de la letra en pos de comedia y surrealismo. John Wick 2 es una película sin reflexiones sobre nada en particular salvo las reglas de su propio mundo, pero para el caso lo mismo podría decirse de cualquier charada preescolar: el objetivo es plantear efímeramente una farsa, una realidad alternativa donde la gracia es seguir las reglas en vez de sufrirlas. John Wick 2 capta este aspecto del entretenimiento perfectamente.