El ballet de la muerte
En la segunda de John Wick, la acción se traslada a Roma. Y la fórmula sigue siendo impecable. Nuestro comentario de la película protagonizada por Keanu Reeves.
Hay algo de placer culposo en ver a John Wick matar a gente a rolete y tiene que ver con el registro. Cuando la primera parte se presentó hace dos años, parida por los coordinadores de dobles de Matrix en un nuevo rol cinematográfico, John Wick traía una brisa de aire fresco al género de acción a la par que resucitaba a Keanu Reeves del ocaso post Neo con un papel que le calzaba como un guante. Ver al sicario John Wick era ver un cómic en movimiento, un ballet perfecto de gun fu (la técnica que popularizó Jon Woo en Hollywood), una “coreo” de balas lúdica y entretenida, y todo ello desencadenado por los clichés del género y fundamentado en uno de los grandes móviles humanos: la venganza.
Este segundo capítulo, traducido aquí como Un nuevo día para matar, mantiene el nivel inicial, no pierde en absoluto el registro ni la visualidad. Sin embargo, se atenúa mucho en términos de frescura, baja que luego se reforzará con el afianzamiento del guion y un poco más de humor. La narración comienza a renglón seguido de la anterior. Cuando Wick se cree liberado de sus compromisos a los que volvió por motu propio, aparece en su puerta Santino D'Antonio (Riccardo Scamarcio), heredero de la mafia italiana, para cobrarse un favor. Wick, que ya blanquea los ojos cada vez que alguien pone a prueba sus intenciones de retiro, se ve en seguida arrastrado a un nuevo laburo que, es obvio a esta altura, tiene que ver con matar… a todos.
La acción se traslada entonces a Roma, pero con una pasadita previa por el hotel Continental de Nueva York, esa suerte de zona franca para el submundo criminal, donde existen sommeliers de armas y se paga con monedas de oro. Reeves, que ya no buscará venganza y se moverá solo por deber, mantiene intacta la esclerosis verbal que lo caracteriza, pero honra con creces la destreza física que requiere el héroe. Total, a su alrededor danzan personajes pintorescos (Lawrence Fishburne, Ian McShane, Franco Nero) que equilibran con carácter su falta de expresividad. La fórmula sigue siendo impecable. Un imperdible para amantes del género.