Hace dos años nos sorprendíamos con una película de acción que respiraba mucho del estilo clásico del género. Una historia sencilla pero efectiva, una puesta sin gran despliegue que daba lugar a la acción humana, y algo así como el rescate de una estrella que estaba quedando en el olvido. John Wick (que acá conocimos como Sin Control) dejó satisfecha a la platea que no esperaba más que otro producto de los que salen de a montones, y se encontró con algo artesanal, con gracia y carnadura. El anuncio de la secuela no se hizo esperar, y hoy podemos hablar de John Wick 2: Un Nuevo Día Para Matar.
La historia comienza situándose justo donde nos dejó la anterior, a modo de darle un cierre al guion anterior, con Abram (Peter Stormare en ese tipo de personajes que parece se los hacen para él) intentando cumplir la venganza contra el personaje del título, nuestro anti héroe (Keanu Reeves).
Claro que esto ocupará no más de quince minutos iniciales para luego sí, hablar de la nueva historia; todo, todo, está pensado para que lo que vimos en la anterior entrega (esto huele a saga que continúa y continúa) lo dejemos a un lado y nos adentremos en lo que John Wick 2 tiene para ofrecernos.
John tiene todo preparado para su retiro de una vez por todas, las deudas han sido sadadas, el nuevo perrito está sano y salvo, y pareciera que por fin puede enterrar su pasado bajo tierra (literalmente). Pero no pasan muchos minutos, ni en el metraje ni en la historia, para que nos digan que no, que no todas las deudas han sido saldadas; y el nuevo acreedor golpea a la puerta de Wick.
Santino D’Antonio (Riccardo Scamarcio) quiere reclamar el trono que según se merece heredar dentro de la mesa grande de la mafia italiana; trono que su difunto padre no le legó. Para eso, necesita de John, quien le debe alguna deuda. El pedido es simple, debe asesinar a Gianna (Claudia Gerini), la heredera y hermana de Santino.
John Wick 2 repite equipo, Chad Sttahelski en la dirección (sin la colaboración desacreditada de David Leitch) y guion de Derek Kolstad; repite protagonista y algunos personajes (como los encarnados por Ian McShane y Lance Reddick, y hasta una aparición pequeña de Bridgette Moynahan); pero lo que no repite es el esquema.
Decía Scream 2 en esas reglas establecidas para las secuelas, que las segundas partes intentan hacer todo más grande. Esa regla se cumple en John Wick 2, desde el momento en que termina la primera historia, hay un quiebre en el relato y en las formas, viaje a Italia y a toda Europa mediante. John Wick 2 es más grande, y mucho más torpe.
El despliegue escénico es mayor, se destacan grandes escenarios abiertos, puestas fastuosas, y hasta el arte coreográfico de las escenas de acción es más “imponente”; pero las premisas huelen a excusas, y las resoluciones a “había que cerrarlo de algún modo”.
Si la primera entrega se mantenía en una regla de mafias que parecían un grupo familiar de conocidos, y escenarios cotidianos (para los estadounidenses, claro); esta secuela está decidida a traicionar todo lo que construyó su primera entrega y lo que los espectadores podrían esperar; convirtiéndose en algo más cercano a una entrega más de El Transportador.
Si la venganza por un perro muerto, el recuerdo de una amada fallecida, y el robo de un automóvil clásico, constituían un punto de venganza empático, aquí no hay con qué sentirse compenetrado; es más, la premisa de venganza es más bien contradictoria.
Plagada de escenas que traspasan el ridículo involuntario, y con una meda hora que se estira muy por demás (en su plan de más que la anterior, dura media hora más, cuando sus ideas apuntaban a que durara media hora menos), John Wick 2 puede convertirse en una experiencia no muy cómoda si no se entra en su juego de pirotecnia fastuosa y sin mucha lógica.
Reeves salva a su personaje, este ser de pocos gestos y voz apagada es ideal para él, y le suma un gran entrenamiento físico que se nota, verlo a él es lejos lo mejor de la propuesta.
No siempre ir a más significa mejores resultados, John Wick 2 se olvida de lo que hizo memorable a la primera, y se convierte sí, en otra más de acción vacía de las que salen miles por año. Por suerte el perrito está a salvo.