Vuelve el héroe de acción del momento con una secuela que no deja cráneo sin perforar.
“John Wick” fue una de las grandes sorpresas del año pasado, aún habiendo llegado a nuestras tierras cuatro meses después de su estreno original en los Estados Unidos. Chad Stahelski y David Leitch, dos ex dobles de riesgo, debutaron detrás de cámara con una película que aún hoy, después del impacto inicial, cierra por todos lados: “John Wick” es un paseo de violencia coreografiada con una historia sencilla pero identificable, una construcción del universo con estilo comiquero increíblemente atractiva y un estilo visual impecable. Gran parte de los aplausos, sin embargo, se los lleva el excelente guión de Derek Kolstad (otro ignoto), que convierte a estos mafiosos en Dioses griegos, dándole a cada uno su lugar en el Monte Olimpo que resulta ser el hotel Continental.
Y aunque muy probablemente en la cabeza del guionista y los directores rodaba la idea de convertir la película en una franquicia, la realidad es que “John Wick” tiene un final perfecto, completando la catarsis y redención de este antihéroe de buen vestir – con la obtención de un nuevo compañero y todo. Pero la recepción del público y la crítica le garantizaron a Keanu Reeves (el nuevo héroe de acción por excelencia) la posibilidad de volver a engominarse el pelo y seguir bajando muñecos a diestra y siniestra.
Llegamos entonces a “John Wick 2: Un nuevo día para matar” (“John Wick: Chapter 2”), que retoma la vida del protagonista apenas semanas después de los eventos de la original. Ya completamente recuperado, John está a la caza de la única presa que le queda: su auto. Los primeros minutos entonces nos dan no solo un pequeño avance de lo que vendrá, sino también ponen al día a los que se hayan perdido la primera película. El infalible Peter Stormare es Abram, tío de Iosef (el hijo del capomafia Viggo que comenzó todo este quilombo) nos recuerda en el mito de “El hombre de la bolsa” y el error de su sobrino mientras desde su oficina escucha los disparos y los gritos de dolor de sus hombres.
Pero John realmente quiere abandonar esta vida de violencia. Es todo lo que siempre quiso. Tuvo un vistazo del otro lado de la medianera y ahora ya no le interesa volver atrás. Sin embargo, el playboy italiano Santino D’Antonion (Riccardo Scamarcio), gran responsable de que John pudiera cumplir esa tarea imposible de la primera película (la misión que le permitió salir del negocio) vuelve a cobrar su deuda. Y en el universo de John Wick, las deudas se pagan.
Kolstad, nuevamente a cargo del guión, sabe una de las cosas que mantuvo cautivo al público en la original es la mitología que creó para este sofisticado mundo clandestino, y por eso la secuela lo expande para mostrarnos una verdadera red subterránea de información y servicios y presentar un número aún mayor de variopintos personajes. Descubrimos entonces que el Continental no es apenas un hotel sino una cadena de hoteles alrededor del mundo, que los contratos se solicitan a través de un sistema de operadoras que se manejan casi enteramente con un sistema análogo de recepción y archivo, que Laurence Fishburne es el Rey de la cultura vagabunda con contactos en todos los puntos de Nueva York y que existe una Hermandad de Asesinos. Sommeliers de armas, sastres de alta costura bélica y cartógrafos son algunos de los personajes que nos ofrecerán una mirada más en profundidad dentro de esta caja de Pandora que es el mundo de la mafia y los asesinos.
Por supuesto, toda esta exposición hace que la película sea no solo más larga que la original, sino que obliga al (ahora solitario) director Chad Stahelski a bajar un poco la cuota de frenetismo. Afortunadamente, aún con sus dos horas de duración, John Wick 2 consigue un atractivo balance de acción y pausa: cuando Keanu no está cargándose a una decena de enemigos con todo lo que tiene cerca, está mostrándonos algún detalle más del universo que habita que puede ser relevante en ese momento o más adelante en la historia.
Las coreografías y la dirección de las escenas de acción continúan siendo el plato fuerte de la franquicia. Stahelski conoce de la materia y no precisa de una edición por cortes o movimientos bruscos de cámara para transmitir la sensación de frenetismo. De hecho, si bien John es una bestia infalible, los combates cuerpo a cuerpo y las balaceras siguen sientiéndose pesados y metódicos. Cada golpe tiene su intención y la utilización de los recursos a su alrededor (no solo por parte de John, sino también de sus enemigos) es magnífica y justificada. El ballet violento y visceral de la primera película continúa siendo casi surreal pero, siguiendo las convenciones de Hollywood, sube un par de puntos para hacerlo aún más explícito – a punto tal que más de uno se retorcerá en el asiento ante algunas de las ejecuciones.
La secuela, además, nos muestra algo que queríamos ver: enfrentamientos con asesinos capaces de hacerle frente al protagonista. Si bien John Wick deja un mar de cuerpos por donde pasa, son generalmente carne de cañón. Pero ver al protagonista sobrevivir frente a un decena de tipos que quieren cobrar el contrato que pesa sobre su cabeza es fascinante, no solo porque son las secuencias más imaginativas, sino porque (como la primera ya insinuaba) estas máquinas de matar están entre nosotros. Como dije antes, la mitología griega pesa fuerte en el imaginario de John Wick y nada lo deja más en claro que cuando dos o más gigantes colisionan en medio de una muchedumbre sin poner en la balanza las vidas civiles.
Ruby Rose (que clavó en este 2017 la trilogía “Resident Evil: Capítulo Final”, “xXx: Reactivado” y esta) y el ex-rapero Common son las dos caras nuevas más importantes en este aspecto – ambos asesinos (Ares y Cassian, respectivamente) y ambos detrás de John por diferentes motivos. De los dos, es Common el que quizá le imprime un poco más de personalidad a su personaje, no solo por los atractivos intercambios con Wick, sino también porque Cassian es otro vehículo de algunas de las convenciones y “reglas” de este mundo ficticio – un mundo más bello y evocativo que nunca.
La fotografía de Jonathan Sela (“A good day to die hard”, 2013) le daba a la película un aspecto sucio pero sofisticado, y la utilización de tonos cálidos en la gama del rojo representaba el viaje de un hombre que, literalmente, desentierra su pasado para volver a meterse en el infierno del que tanto le costó salir. Esta vez la tarea queda en manos de Dan Lausten (“Crimson Peak”, 2015), quien llena de tonos fríos los escenarios (en su gran mayoría subterráneos) para reforzar un concepto que podemos leer también en falta de expresividad del personaje: John Wick es un muerto caminante, tanto por la recompensa por su cabeza, como por las decisiones que lo han obligado a tomar una y otra vez desde que lo conocimos. El enfrentamiento final, en medio de una exhibición de arte llena de espejos, tiene un trabajo de cámara e iluminación extraordinario, y es para verlo varias veces.
“John Wick 2: Un nuevo día para matar” no cuenta con el peso emocional y el efecto dominó que generaba la escalada de situaciones de la primera película, pero es una digna secuela que se enfoca en engrandecer la leyenda del protagonista, mientras que expande la mitología de este fascinante mundo de asesinos a sueldo. Como Hollywood manda, más presupuesto significa más locaciones, escenas de acción más grandes y más personajes – aunque no todos funcionen igual de bien u orgánicos. Eso sí, la película es más dura que la primera y este concepto de “gun-fu” corre el riesgo de volverse una glorificación de la violencia extrema a niveles casi sádicos. Si les gustó la original, van a disfrutarla. Si Keanu Reeves repartiendo headshots con auto aim a diestra y siniestra no les mueve un pelo, hay una enorme oferta en las salas.