Aunque su deseo era retirarse de su profesión de asesino a sueldo, Jonathan Wick (Keanu Reeves) tampoco lo ha podido lograr en esta segunda entrega -de lo que claramente se convertirá en una saga del estilo Duro de Matar- y en esta oportunidad debe enfrentarse a mafia entera y el conjunto de todos los asesinos de la ciudad.
Con efectos realistas, sonido impecable y peleas coreográficas bien ensayadas, Keanu Reeves vuelve a dar vida al bueno de Wick, aunque es imposible no pensar en Neo (su célebre personaje de Matrix). Evidencia de ello es que la película en sí tiene varios guiños hacia el film de los hermanos Wachowski, incluyendo la aparición de Laurence Fishburne en el papel de Bowery King.
Este capítulo dos se trata de una película entretenida, exagerada, y hasta contada en código de video juego: un ejemplo claro y muy divertido es el uso de las monedas de oro en la misma. Sirven para comprar armas, sobornar a un mendigo o pagar un trago en un bar. Todo en este universo vale una moneda de oro, o a veces varias. Las múltiplas vidas del protagonista también parecen dar fe de ello: en determinado momento el personaje recibe dos tiros en el abdomen, se "hace arreglar" y sigue peleando. Y luego, claro, los clichés que sin embargo no molestan: los disparos en plena calle no llaman la atención de nadie y la policía básicamente no existe.
John está dirigida por el audaz Chad Stahelski, quien -no casualmente- trabajó como doble de Keanu Reeves en Matrix (1999) y ya había dirigido la primera parte en 2014. Sin demasiadas pretensiones más que entretener a fuerza de tiros y golpes, la película no defrauda.