EL CLUB DE LA PELEA
No es casualidad que las películas de acción más destacadas de los últimos años tengan un tratamiento del plano en movimiento que descansa en los extremos. Por un lado, tenemos a la saga Bourne de Lyman (Identidad Desconocida, 2002) y Greengrass (La Supremacia Bourne, 2004 y Bourne: Ultimatum, 2007) que, especialmente con este último, poseía un retrato frenético y descontrolado de la coreografía de acción, la cual transmitía una sensación de proximidad y nervio pocas veces visto.
Del otro lado, tenemos a la franquicia que nos ocupa hoy. Con (la primera) John Wick, Stahelski planteó las tomas con la cámara fija y el plano entero que permitía apreciar la pericia y el detalle de la acción, factor que capturó la atención de más de uno. Más allá de de las preferencias personales, ambos estilos apuestan por objetivos diferentes pero llegaban al mismo punto.
Lo atractivo de la primera entrega radicaba en el hecho de ir directo al grano, sacando las escenas de acción. Era acción pura que no perdía tiempo en introducciones ni desarrollos narrativos considerables. Para John Wick 2: Un Nuevo Dia para Matar, la cosa no difiere demasiado: el mítico asesino es llamado para hacer honor a una deuda que tenía con un ex-colega, desde sus tiempos activos, y es cuando se rehúsa que comienza el problema y se pone precio a su cabeza.
Desde el vamos, John Wick pierde un poco su fuerza y comparte el mismo inconveniente que la saga Bourne. Con (la perezosamente llamada) Bourne, la última del 2016, vemos exactamente lo mismo que habíamos apreciado en la trilogía original: el ex-agente corriendo por toda Europa, la trama de espías exprimida hasta el sin sentido y el mismo tipo de escenas de acción. Y Stahelski no piensa diferente. Es en la repetición cuasi idéntica de la formula que ambas películas pasan a ser una copia de si mismas, arruinando la novedad que alguna vez fueron, edulcorando el resultado global.
Sin embargo, Keanu Reeves y la película entregan lo que le piden: cráneos destrozados con una pasmosa precisión, coreografías desplegadas con una destacable intensidad (considerando los limites físicos de Reeves), una narrativa precisa que no se excede ni tropieza en ningún momento (pero tampoco regala nada), y una subtrama de personajes creíbles que, sobre todo, no caen en la representación grosera y grotesca que inundó el principio del nuevo milenio. John Wick sigue siendo entretenimiento puro y del mejor. Pero esta película ya la vimos.
por Pablo S. Pons