“¿Quién no ha salido de ver una película de acción en el cine y ha querido llevarse el mundo por delante, creyéndose Bruce Lee o el mismísimo Chuck Norris?”. Eso es lo que nos genera nuevamente la tercera entrega de esta saga que arrancó en 2014 con “Otro Día para Matar” y nos siguió entreteniendo en “John Wick 2: Un Nuevo Día para Matar” (2017). Con este nuevo film, la franquicia de John Wick continúa revolucionando el género que tuvo su primer apogeo en la década del 80 y que, desde entonces, fue mutando para atraer y retener la atención del público.
La odisea prosigue donde nos dejó la anterior película en la que John Wick viola una de las reglas más importantes del mundo de los asesinos al eliminar a Santino D’Antonio dentro de las instalaciones del hotel Continental, significando para John quedar ex-comunicado, es decir, vetado de cualquier tipo de apoyo de la sociedad a la vez de tener un contrato internacional por su muerte de millones de dólares. Así, y con todo el mundo tras él, deberá usar todos los recursos a mano para revertir su situación mientras lidia con todos los asesinos que quieren la recompensa por su cabeza.
“John Wick 3: Parabellum” nos muestra que siempre hay un escalón más que subir en un mundo en el que uno cree que “ya lo vio todo”. En este largometraje, Chad Stahelski, pionero en la rama cinematográfica de las escenas de riesgo, forja circunstancias de acción inimaginables, deleitándonos con cada secuencia perfectamente coordinada y coreografiada al nivel de una danza clásica, evitando que los hechos lleguen a ser demasiado sobreactuados o sin sentido. Keanu Reeves mantiene impecable el personaje, como ya ha demostrado saber hacer en las anteriores entregas al igual que Ian McShane (“Hellboy”, 2019). Por lo contrario, las nuevas participaciones de figuras reconocidas, entre la que aparece Halle Berry (“El Pasado Nos Condena”, 2002), no llegan a la altura de John Wick, pero contribuyen con lo necesario para que la trama avance, más que nada desde el lado del guion, que no es destacable, complementándose con el protagonista que aporta mucha pelea, pero pocas palabras.
¿Qué podemos esperar de esta película? Persecuciones a caballo, peleas sobre motocicletas con katanas, perros perfectamente entrenados para matar y escenas de acción explícitas que van a hacer que más de uno grite del dolor ajeno. Una película que se distancia totalmente del paradigma que muchas obras del género han formado alrededor de él al hacernos creer que todas las películas necesitan grandes explosiones sin sentido para mantenernos en la butaca.