La tercera entrega de la saga de John Wick no da un minuto de respiro en las más de dos horas que van desde su primera imagen hasta la última.
De punta a punta está electrizada por escenas de combates cuerpo a cuerpo, tiroteos y persecuciones. Y la banda sonora, la edición, la escenografía retrofuturista, la coreografía de las peleas, los movimientos de cámara, todo converge en una especie de remolino frenético que deja sin aliento.
Esa clase de asfixia espectacular es lo que se supone que debe provocar una película de acción. Sin embargo, habría que preguntarse si cumplir hasta la exageración una fórmula probada basta para componer un producto de calidad.
Hay que admitir que tanto el público como la crítica ya la han consagrado como un especie de clásico de la década, y contra semejante doble veredicto sería necio insistir en los defectos y despreciar las virtudes.
Pero si la primera y la segunda de la serie merecían ese grado de veneración, a esta última se le nota demasiado el cálculo, los pespuntes por donde se une con la anterior y por donde va a unirse con la próxima.
John Wick 3 Parabellum es vertiginosa para los ojos y para los oídos, sin dudas, aunque para la mente es de una lentitud exasperante. Morosa por repetición, por episódica, por falta de vueltas de tuerca.
Más allá de algunos guiños a la historia del cine (nada menos que a El maquinista de la General, de Buster Keaton) y a la cultura pop, lo único que ofrece en términos dramáticos es un argumento lineal, más parecido a la progresión en los niveles de un videojuego que a una aventura con personajes de carne y hueso.
Asociado al universo turbio y paranoico de la segunda antes que al espíritu de venganza de la primera, el relato empieza con una condena a muerte de John Wick, promulgada por la Orden Superior, la organización a la que obedecen todas las mafias del mundo. De pronto, hay 14 millones de razones para eliminar al asesino a sueldo más peligroso del planeta.
El virtuosismo del director Chad Stahelski para encadenar una tras otras escenas de acción es incomparable.
La mezcla única de barroquismo, kitsch y esquematismo de historieta que constituye su estética de fanático de las artes marciales genera muchísimos momentos sublimes en esas interminables secuencias de enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
Quedará para el recuerdo la escena que se desarrolla en un establo y la que incluye a los perros asesinos del personaje que interpreta la actriz Halle Berry, Sofia.
Pese a su calculado efectismo, Chad Stahelski (que también dirigió las primeras dos películas de John Wick) se permite una libertad que recuerda a la de Quentin Tarantino, un Tarantino que avanzara siempre con el acelerador a fondo y pasara por encima de todos los obstáculos, sean morales, narrativos o cinematográficos.