No era solo un perrito
La tercera entrega de una de las mejores sagas de acción de los últimos tiempos –al nivel de Misión Imposible o, en menor medida, dada la disparidad de algunas entregas, de Rápidos y furiosos– continúa expandiendo ese universo tan particular habitado por una sociedad universal de asesinos con sus reglas y códigos de convivencia. Como sucede en Misión Imposible, acá el movimiento también es el protagonista, y siguiendo la línea de Rápidos y furiosos, Stahelski se ocupa de que cada película nos ofrezca un poco más de lo que esperamos encontrar. En este caso: más fantasía, más estilización, más violencia y una acción maximizada a la enésima potencia. Los primeros minutos de la película nos ponen en contexto: la organización de sicarios a la que pertenecía John Wick ofrece una recompensa de 14 millones de dólares por su cabeza, y el ahora excomunicado hitman debe luchar por su vida. Esto implica matar a todos los asesinos existentes alrededor del globo dispuestos a eliminarlo del mapa cueste lo que cueste.
Parabellum es un show de sicarios reventándose unos a otros, pero la acción no se reduce a un mero frenesí de cuerpos cayendo como moscas delante de nuestros ojos sin otro sentido que la acumulación gratuita. Stahelski construye cuidadosamente su ballet demencial: los cuerpos danzan y se mueven por el espacio aprovechando cada una de las piezas dispuestas sobre el escenario de turno, donde un libro o un caballo, en manos de Wick, pueden convertirse en armas letales. Asistimos a un desfile secuencias frescas y originales, con salidas impensadas como el repentino cambio de tiempo, espacio y género en una misma secuencia en la que Wick parece haberse teletransportado al set de un western para luego atravesarlo en una inesperada y grandiosa persecución a caballo. El director, que antes de su debut detrás de cámara trabajó como coreógrafo de artes marciales y doble de acción, sabe muy bien lo que hace y no le teme al ridículo. El resultado es una película igual de salvaje que sus protagonistas con secuencias delirantes y absolutamente brillantes que incluyen una cantidad absurda de cuchilladas y un final a puro juego, disparos, patada, piña, y comedia. Sí, Parabellum es una gran película de acción y también una gran comedia. La imagen de Buster Keaton en una pantalla gigante en Times Square durante el comienzo de película, y el tono lúdico que predomina de principio a fin, nos invitan a formar parte de un juego casi abstracto de poco más de dos horas con una puesta en escena de una elegancia ejemplar. Aquí, al igual que en el cine de Keaton, el entorno es un protagonista a la par de los personajes, y Keanu Reeves se mantiene en movimiento constante: corre, monta un caballo, atraviesa un desierto, se sube a una moto o pelea mientras crea comedia a partir del esfuerzo físico en esta sinfonía perfectamente orquestada por Stahelski, y obtiene resultados tan graciosos como improbables. Como la consolidación de Keanu Reeves como héroe de acción.