John Wick vive en un mundo de fantasía que sería del agrado de cierto exfuncionario local de tendencias sociopáticas: casi todos sus habitantes son asesinos brutales, pero con códigos. "Las reglas son aquello que nos separa de los animales", dice uno de los jefes mafiosos y, en efecto, todos los criminales y sicarios de esta historia cometen los actos más bestiales, aunque siempre avalados por un conjunto de normas más o menos arbitrarias. Claro que cada vez que las reglas acorralan no tanto a un personaje como a los guionistas se puede encontrar, siempre a último momento, una excepción a los más férreos preceptos.
Al mismo tiempo que una película de venganza, la saga de John Wick es una hábil relectura de The Matrix: no solo por la presencia de Keanu Reeves (que interpretaba a Neo) y la incorporación reciente de Lawrence Fishburne (que era Morpheus), sino porque estos films también muestran dos realidades: la de la gente normal (solo escenografía, un fondo) y la de los asesinos, el bajo mundo, que parecen vivir en un plano propio, donde es posible una violencia sin límite y sin consecuencias (nunca hay policía, nunca hay "civiles" heridos, parece no existir nada que no sea Wick y la multitud que va tras él).
El uso de armas de carga inagotable, de artes marciales sobrehumanas y la monocromática estética de hiperlujo retro refuerza esta conexión. Hay otras referencias cinematográficas (Game of Death, de Bruce Lee), aunque el vínculo narrativo más fuerte no viene del cine, sino del videojuego.
Si bien la superposición entre la estructura de un blockbuster y la de los shooters se viene dando desde hace años, en esta saga se lleva a un punto inédito: la película es solo una sucesión de secuencias de acción en las que un personaje (el jugador) enfrenta a cientos, con la diferencia de que aquí no se puede participar. La película y la saga misma están ordenadas por niveles de dificultad (en la primera, Wick enfrenta a la mafia rusa; en la segunda, a todas las mafias; en la tercera, al mundo); sin embargo, aunque parece una progresión narrativa, no hay diferencia alguna entre los niveles.
Las pétreas reglas que siguen los mafiosos se extienden al relato y todo está tan codificado que la mayor carga de creatividad reposa en la representación de la violencia, en encontrar nuevas y más entretenidas forma de matar. El director Chad Stahelski (que había sido coordinador de las escenas de acción en la saga de las Wachowski) es más que eficaz para registrar sus hiperbólicas coreografías y hace de las dos horas de relato un pasatiempo hueco pero atractivo.