Sumido en la mediocridad de un relato moderno que se vale de estrategias narrativas sumamente pueriles y de extrema fragilidad estética, el género del nuevo milenio se ha visto sumido en la reiteración absoluta. Inmerso en un cine de superhéroes revestidos de alarmante superficialidad (cortesía del universo Marvel) apenas un par de sagas convertidas en franquicias cinematográficas brindaban algo de renovado aire al predecible panorama hollywoodense, proveyendo logrados retratos de héroes de acción de carne y hueso.
Podríamos citar la saga “Taken”, al comando de Liam Neeson y su implacable e intrépido Bryan Mills, quien supo hacer de las suyas hasta que la tendencia propuesta sumiera a la trilogía de películas (2010-2012-2014) en la reiteración y la nimiedad constante en su última entrega. Un producto más decoroso ofreció “El Justiciero” (2014-2018), transposición televisiva en donde Denzel Washington encarnó a un héroe de acción dotado de sensibilidad y humanismo, redescubriéndose como un maduro y eficiente héroe de acción a las órdenes de Antoine Fuqua (repitiendo la dupla exitosa de “Día de Entrenamiento”). Así llegamos a John Wick, un prometedor ejemplar del nuevo de cine de acción que en 2015 irrumpiera en la gran pantalla y tuviera su secuela hace dos años, renaciendo la carrera cinematográfica de un desauciado Keanu Reeves.
Si en sus primeras dos entregas, “John Wick” se mostraba como una saga dueña de una propia mitología interesante de descubrir, poco queda de aquellos buenos pergaminos en esta tercera exploración al traumado universo de su protagonista. Sumida en la vacuidad narrativa de sus excesivas dos horas de metraje, la película se abarrota de las más ampulosas escenas de persecución, tiroteo y lucha cuerpo a cuerpo amén de cubrir su severo déficit argumental, al tiempo que convierte a una serie de intérpretes secundarios de renombre (Ian McShane, Laurence Fisburne, Angelica Huston y Halle Berry) en meros decorados de cartón.
Lejos quedó el cine clásico de antaño en donde la destreza narrativa era coronada por la trepidante acción (léase, la antológica persecución de coches en “Contacto en Francia”, de William Friedkin), aquí el virtuosismo visual deja de ser un soporte para convertirse en un leit motiv que procure disimular torpezas y carencias. Cuando se habla de la moda pasatista y de las tendencias pasajeras mucho tiene que ver la cada vez más absorbente y abarcativa influencia del ámbito televisivo sobre el cine. En “John Wick” se percibe dicha marca, estimulada por un lenguaje cada vez más fragmentario y en búsqueda del impacto instantáneo. El sentido del ritmo narrativo, como decía el emérito Robert Bresson, entendido éste por intensidad sostenida y no por velocidad igualada a la acción, es una fórmula que el cine de acción actual parece ignorar por completo.
Observando el derrotero emprendido por Keanu Reeves a lo largo del film, uno se pregunta: ¿dónde quedó el auténtico héroe de acción? El rejunte de super héroes del cómic que transitan la cartelera por estos días en “The Avengers” y sus infinitos facsímiles, parece más un intento taquillero, furioso y desmedido que un proyecto serio, consecuente y acabado. Tan impensado como el desaprovechado talento dramático de Robert Downey Jr. y su remanida etiqueta de héroe de acción del cómic, una desproporción gigantesca. Claro está, los tiempos cambian, mal que nos pese la nostalgia. No imaginaríamos en este presente a Sean Connery calzándose el smoking de “James Bond”, a Bruce Willis haciendo acrobacias en los rascacielos en “Duro de Matar” o a Mel Gibson ajustándose con bastante dificultad el atuendo de “Mad Max”. Aunque sí es sensato asumir, se llevan los aplausos por regalarnos los mejores momentos del cine acción durante un tiempo que sin dudas ya quedó en el pasado. Íconos de acción eran los de antes.
El relato posmoderno de Hollywood propició la moda de remakes y secuelas, impactando notablemente en el consumo de tales propuestas fílmicas. No obstante, su puesta en práctica data de mucho tiempo antes. La huella dejada se convirtió en cliché para futuras reinvenciones en la pantalla. Más un afán comercial en tiempos de sagas y refritos, que un producto con buena materia cinematográfica para el análisis, “John Wick” se espeja cómodamente en esta mediocridad. Nada resulta más ejemplificador para graficar la banalidad de los tiempos que corren, que resaltar el fenómeno que representa el género de acción agotado en su forma. O bien resucitando viejos clásicos carentes de sustancia, o bien poblando la cartelera de sagas interminables y con enorme arraigo en el público más juvenil.
Lo peor del asunto es que, en su abrupto epílogo, el personaje de John Wick contiene su enojo como pretexto que multiplica los motivos de su próxima venganza, asegurando una futura secuela que garantizará sus dividendos en taquilla.