Se estrenó John Wick: Parabellum, tercera parte de la saga protagonizada por Keanu Reeves. Nuevamente Chad Stahelski se luce diseñando secuencias de acción increíbles y ampliando el universo sobre el funcionamiento de la multinacional dedicada a asesinatos por encargo.
John Wick rompió las reglas. Asesinó a una persona en The Continental, el único sitio en el mundo donde los asesinos a sueldo no pueden matar. Su cabeza tiene un precio y sus horas están contadas.
Después de Matrix, parecía que Keanu Reeves no tenía chance de volver a generar un megaéxito, pero John Wick sorprendió por su premisa simple, su ingenioso humor y, especialmente, por sus notables coreografías, donde la cámara y la destreza física de los dobles de riesgo sobresalen por encima de los efectos digitales.
Si la primera parte, sin demasiadas ambiciones ni pretensiones, cumplía con la misión de entretener y renovar la cara del cine de acción, la secuela (2017) se propuso profundizar en las reglas de este microuniverso de asesinos a sueldo multinacionales llamado La Orden. Sin embargo, no por darle mayor entidad a la empresa y sus reglas se perdía el componente de entretenimiento puro.
John Wick 3: Parabellum (o para la guerra) nos muestra al héroe, protector de los caninos, abocado a escaparse a toda costa de sus pares perseguidores. No sabemos muy bien qué busca, pero al mejor estilo Will Kane (Gary Cooper) de A la hora señalada, el protagonista debe enfrentarse a todo el mundo solo: yakuzas, gangsters italianos, gigantes… Enemigos de todo tipo aparecen de la nada y John Wick los enfrenta con cualquier cosa que tenga a mano. Desde un libro a un caballo, cualquier cosa es sinónimo de peligro en manos de Keanu Reeves. Los primeros alucinantes 40 minutos de esta tercera parte dirigida nuevamente por Chad Stahelski son lo mejor de la saga, no ocultan la influencia del western estadounidense y, sin ir más lejos, es lo mejor que ha dado el género de acción desde la tercera Bourne de Paul Greengrass y Matt Damon. Superior, incluso a Misión Imposible.
Pero luego el relato y la narración toman un respiro. El personaje vuela a Casablanca y, siguiendo con el clasicismo, uno intuye que se encontrará con un relato de aventuras en Oriente Medio, al mejor estilo película de Michael Curtiz con Humphrey Bogart. No. Aparece Halle Berry interpretando a una especie de John Wick femenina con ¡dos ovejeros alemanes letales! Y la acción disminuye. Vale destacar que Berry está espléndida, pero su personaje le quita tensión al relato y está de relleno. Recordemos que intentaron que Berry sea una versión femenina de James Bond en la última película en la que Pierce Brosnan interpretó al agente 007 –Otro día para morir– y no dio resultado. Esta vez, la presencia de Berry tampoco sobresale, y toda la secuencia deja un poco que desear.
En el último tramo, Wick regresa a Nueva York, donde se enfrenta a unos de los mejores contrincantes que se hayan visto en un film de acción reciente: Mark Dacascos. Este maestro de las artes marciales fue estrella de cine clase B en los años 90, y después desapareció hasta que Marvel le dio un pequeño gran personaje en Agents of SHIELD. En John Wick 3: Parabellum, Dacascos demuestra que sigue siendo un excelente luchador y acróbata pero, sobretodo, buen comediante. Le roba todas las escenas a Reeves a pura expresividad y buenos latiguillos.
Si el protagonista de Máxima velocidad no se destaca es porque los guionistas deciden agregar demasiados personajes secundarios, demasiados jefes y esto provoca un poco de enredo argumental. Ni Angelica Huston, Laurence Fishburne o Ian McShane terminan sumando. La mejor incorporación, además de Dacascos, es la joven y seudo desconocida, Asia Kate Dillon, que compone a una notable villana intelectual.
Y si bien pocos serán los que van a ver esta nueva secuela para asombrarse con personajes complejos o narrativas existencialistas, es cierto que al ampliar el micromundo y agregar capas de subtramas, se necesita un guión menos manoseado para que haya un equilibrio entre acción y narración.
Pero estamos viendo John Wick. Y lo cierto es que la acción nunca decae del todo. La estética visual le debe mucho al cine asiático -Johnny To, Won Kar Wai- y dichas referencias están presentes también en las coreografías. Stahelski convierte Nueva York en Shangai, y no está nada mal.