El cuarto episodio de John Wick le aporta una conclusión satisfactoria a una saga que llegó a trascender entre los mejores exponentes recientes del género.
A esta altura el arco argumental del personaje no se podía estirar más y en ese sentido Keanu Reeves y el director Chad Stahelski tomaron la decisión correcta.
Desde su irrupción en el 2014 esta franquicia estableció su propia identidad en materia de secuencias de acción que actualmente es adoptada tanto en producciones de Hollywood como en propuestas del cine clase B.
Hoy podemos reconocer un “estilo John Wick” en la narración de escenas de peleas y tiroteos que es el gran legado que deja la obra de de Stahelski,.
Al menos hasta que aparezca una propuesta nueva que genere una tendencia parecida, algo que suele ser habitual en este tipo de cine.
Hace unos años tuvimos la era Jason Bourne y hoy es el momento del ciclo Wick con numerosos directores que siguen la escuelita de realización de este cineasta.
La despedida del asesino a sueldo resulta un espectáculo entretenido que no está exento de algunas debilidades que se prestan a su objeción.
Vamos primero con los aspectos positivos.
En términos estéticos esta es la obra más ambiciosa que ofreció Stahelski hasta la fecha, donde sobresale la opulencia visual de los decorados, los vestuarios y la fotografía.
El incremento del presupuesto es notable y el director lo aprovechó con inteligencia para brindar un producto que tiene la factura técnica de una superproducción Hollywoodense.
La puesta en escena es fantástica y el cineasta se da el lujo de disponer de varias locaciones internacionales que tienen la intención de aportarle una escala más épica al relato.
En materia de acción nos encontramos ante una película que va de menor a mayor durante el desarrollo del conflicto.
El 90 por ciento del contenido se centra en el auto homenaje con secuencias recicladas de todas las entregas previas.
Si bien las peleas y tiroteos cuentan con una gran realización y despliegue físico de Reeves después de la hora y media se sienten redundantes porque ya vimos momentos similares en el pasado.
Lo mejor de cuarto episodio llega en los 45 minutos finales, cuando el conflicto se traslada a París donde Stahelski pone toda la carne al asador para sorprender con las secuencias más inspiradas.
En este punto es donde la saga Wick se despide por la puerta grande.
Cuando la acción se traslada a Francia acomódate en la butaca y preparate a disfrutar la colaboración entre Reeves y el director en su mejor expresión.
Dentro de las nuevas adiciones del reparto Bill Skarsgard deja una buena impresión en el rol de antagonista mientras que Scott Adkins aporta el contenido comiquero con un villano que evoca a los viejos rivales exagerados de Dick Tracy.
Se nota que se divirtió en el rodaje y cuando le toca entrar en acción no decepciona en una gran secuencia de pelea con Keanu.
No se puede decir lo mismo de Donnie Yen, quien irrumpe fuerte en la historia con una especie de Zatoichi moderno y después se desinfla considerablemente.
Su rol evoca esa clase de anti-héroe muy propia del cine asiático, como la clase de personajes que encarnó Yasuaki Kurata en la saga Sister Street Fighter.
Creo que le faltó una secuencia más de pelea que lo aprovechara como artista marcial y en ese sentido es un poco decepcionante que el enfrentamiento final con Wick se desarrolle en un duelo con armas de fuego.
Una secuencia que resulta simpática por el homenajea al spaguetti western pero de Yen se esperaba otra cosa.
En cuanto a las objeciones que se le pueden hacer al trabajo de Stahelski hay dos que me parecen válidas.
En primer lugar, la duración de casi tres horas que no tiene razón de ser. Sobre todo al tratarse de una propuesta donde su atractivo nunca pasó por los argumentos elaborados sino por la presentación estilizada de la acción.
Stahelski estira el conflicto sin necesidad en la búsqueda de construir un relato épico que nunca se termina de consolidar.
La primera secuencia de acción recién cae a los 30 minutos de iniciado el film y para el momento en que llega lo mejor con las escenas de Paris el espectáculo se vuelve extenuante.
Hay varios momentos de reciclaje con peleas que se alargan demasiado y conversaciones que no aportan nada a la trama central.
Por otra parte, este episodio en particular exagera la capacidad de supervivencia de Wick a un nivel ridículo donde el personaje termina convertido en un integrante de los Looney Tunes.
Un detalle que se había cuidado un poco más en los episodios previos y acá derrapan con momentos muy Hobbs y Shaw que generan un poco de ruido.
Pese a todo, la película no dejar de ser una muy buena conclusión para una saga que nos brindó excelente momentos en los últimos años.
Recuerden que después de los créditos finales hay una escena adicional que funciona como epílogo del film.