"John Wick 4": una estética que remite al mundo del cómic.
Vista en retrospectiva, la trayectoria que comenzó con John Wick, la original, estrenada en 2015 con el título de Sin control, resulta al menos sorprendente. No solo por la forma en la que una película que parecía ser una del montón, dentro de un género siempre prolífico como es el de la acción, acabó por cimentar una de las sagas más exitosas del siglo XXI (y una de las más entretenidas). También por la eficacia con la que maneja sus recursos, que a simple vista pueden parecer pocos y muy básicos, pero que en realidad contienen a la esencia misma de lo cinematográfico: la pasión por el movimiento. Y John Wick 4 llega a los cines para confirmar todo eso que los tres episodios previos ya habían sembrado y cosechado. Un “todo” que no solo incluye los aciertos, sino también algunas debilidades estructurales que, hay que reconocerlo, nunca consiguen que la nave pierda su rumbo, muchos menos hacer que naufrague.
Dichas debilidades tienen que ver con la simpleza argumental que sostiene a las cuatro partes, en las que lo que pasa no es demasiado, aunque en pantalla la acción transcurre sin pausa. John Wick (Keanu Reeves) es un sicario que abandonó el oficio por amor, pero que poco después de casarse quedó viudo. En Sin control un grupo de ladronzuelos de poca monta se mete en su casa para robarle el auto y ante su pasividad le terminan matando al perro, regalo de la difunta, solo por diversión. Eso volverá a encender el instinto asesino de Wick, quien se pasará esa y las dos películas siguientes matando a todo el que se cruce, por lo general colegas, pertenecientes a los distintos clanes que integran una organización que nuclea a todos los criminales del mundo. El objetivo es derrotar a ese sindicato al que una vez perteneció, para volver a ganarse el derecho a dejar de matar.
El cuarto capítulo de la historia encuentra a John Wick una vez más tratando de llegar a los que pusieron precio a su cabeza, para terminar con el asunto de una vez por todas. La película vuelve a estar llena de escenas cuyos motores son, por un lado, el simple body count, es decir, el conteo de muertos por minuto que el protagonista es capaz de dejar a su paso. Por el otro, las formas ingeniosas, violentamente divertidas, con las que Wick realiza su trabajo. Es cierto que a pesar de eso los primeros 100 minutos se hacen largos, pero los últimos 40 vuelven a ser un festival de cine. Una oda al movimiento donde la violencia es el combustible del relato, necesario para poner en escena algunas secuencias con características de prodigio.
Los planos secuencia cenitales dentro de una casona abandonada o las escenas realizadas en las interminables escaleras que llevan a la iglesia del Sagrado Corazón de París resultan tan estimulantes y entretenidas, como cautivantes y cinematográficamente complejas. Con una estética que remite al mundo del cómic, John Wick 4 cierra con dignidad una saga que volvió a mostrar que es posible narrar con gracia desde el puro movimiento.