La primera de las muchas lecciones que nos deja el extraordinario regreso de John Wick está dirigida a Marvel y a DC. Las dos fabricantes más grandes de acción, adrenalina y espectacularidad visual de la industria del entretenimiento están en una manifiesta crisis creativa desde que vienen obligando a sus personajes centrales a moverse en las caprichosas aguas de los “multiversos” y resignarse a ser parte de un volcán de efectos visuales que aplasta y achata todo lo que pretende ser humano.
A Wick, en cambio, le duele todo en todas partes al mismo tiempo sin necesidad de ser arrastrado a un escenario artificioso de realidades paralelas cada vez más incomprensibles. Es cierto que no es un personaje que vayamos a encontrar a la vuelta de la esquina. No hay, si miramos las cosas desde una perspectiva naturalista, razón alguna para encontrarnos en el mundo que habitamos con 200 asesinos persiguiendo sin cuartel a un hombre cuya cabeza tiene un precio multimillonario.
Pero esta nueva aventura de Wick, la mayor de todas (en escala, en duración, en compromiso, en despliegue, en inventiva, en ingenio), transcurre en lugares fáciles de reconocer y sobre todo resulta comprensible, precisa, casi transparente en su desarrollo. Es una idea sabiamente combinada entre el movimiento, la acción, la densidad corporal y el equilibrio lo que la hace completamente inteligible a lo largo de casi tres horas que pasan volando.
Wick sabe que para recuperar la libertad necesita todo el tiempo, en cada segundo, tomar distancia de quienes lo quieren muerto. Y como Ethan Hunt (el personaje de Tom Cruise en Misión: imposible) no puede dejar de escapar mientras se convierte en el mismo movimiento en perseguidor de sus adversarios.
Hunt y Wick son los grandes héroes de este tiempo del cine y de este mundo. Pueden enfrentarse a enemigos inverosímiles (en este caso a la temible sociedad secreta conocida como la Mesa Alta) y sobrevivir en apariencia a cualquier tipo de amenaza. Pero la mayor victoria de esta película es haber alcanzado una nueva cumbre en la evolución del cine de acción y aventuras. En su momento esa instancia parecía cercana para ciertos héroes como Iron Man y Capitán América, antiguos exponentes de un universo que luce hoy bastante extraviado.
Le debemos esta brillante síntesis a la inspirada mente de Chad Stahelski, que consigue aquí una fusión insuperable entre el thriller clásico, el legado del cine de acción asiático con artes marciales, el western contemporáneo y la ciencia ficción representada desde la estética del videojuego. Todo al servicio de una sucesión de escenas de violencia coreografiadas con una belleza deslumbrante, como si se aplicaran a este universo todos los conceptos esenciales de la danza.
El hilo argumental es lo de menos, aunque todo lo que ocurre se entiende con absoluta precisión. Wick (a quien el lacónico Reeves le aporta toda la expresividad corporal imaginable) se prepara para la batalla bajo la custodia de Bowery King (Laurence Fishburne), que en la primera escena anuncia el comienzo de una travesía por el infierno con las mismas palabras de Dante en la Divina Comedia.
Enfrente está el Marqués (Bill Skargard, quintaesencia de nuestra idea de villano cinematográfico), el representante de la Mesa Alta decidido por todos los medios a terminar con Wick. Tras provocarlo con la inmolación del Hotel Continental (breve y póstuma aparición de Lance Reddick) recurre a asesinos consumados para cumplir con su propósito. Y allí aparecen otros dos grandes personajes que engrandecen todavía más el relato: el ciego y experto en artes marciales Caine, viejo amigo de Wick (un colosal Donnie Yen) y el Rastreador (Shamier Anderson), cazador de recompensas y dueño de un perro digno de esta aventura.
Con la ayuda de unos y otros (a quienes se suma el siempre clave Winston de Ian McShane), Stahelski va levantando de a poco un monumental edificio en el que se tallan algunas escenas de acción nunca vistas, narradas en planos extensos y con efectos digitales casi invisibles. Por eso los golpes duelen tanto. No parecen artificios visuales o sonoros.
Una nueva historia empieza a escribirse a partir de ellas. El viaje comienza en Osaka, sigue en Berlín y culmina en París con una increíble batalla alrededor del Arco de Triunfo y otra no menos prodigiosa en las escalinatas que llevan a la basílica del Sacre Coeur. John Wick volvió para hacer del cine de acción una de las más bellas artes, devolvernos la confianza en la fantasía bien entendida y ahuyentar de paso la conjura de los multiversos.