«Top Gun: Maverick» (2022) fue considerada por muchos la película que «salvó» al cine. ¿A qué se debe esta afirmación tan categórica y esperanzadora por un lado y derrotista por el otro? Probablemente a la crisis creativa imperante en el cine hollywoodense/mainstream actual que pone sus ojos en pocas producciones anuales de gran presupuesto, principalmente estos films de superhéroes que vienen copando la taquilla hace más de 10 años. Mucho hemos dicho al respecto sobre la problemática en la escasa oferta y en el abuso de estas producciones, al igual que de las miles de precuelas, reboots, remakes y otras fórmulas basadas en producciones existentes. Asimismo, la pandemia puso en jaque al cine tanto como lugar físico al que las personas asisten a ver películas, por los enormes costos que requiere una sala y también a la industria para recuperar el dinero invertido en los films que producen anualmente. El streaming fue un refugio de la gente durante ese periodo y parece ser un ámbito que llegó para quedarse por más que ver una película en tu casa nunca vaya a ser lo mismo que verla proyectada en la oscuridad de una sala con pantalla grande.
La película de Tom Cruise justamente volvió a reivindicar el cine clásico y la experiencia cinematográfica, mediante un relato bien narrado y cierto espíritu artesanal en la construcción de las escenas de acción. Si bien estamos ante una secuela de una película de 1986, se notaba el esfuerzo puesto en lo que se nos presentaba en lugar de la cada vez más común treta marketinera para cortar entradas. Actualmente el cine de acción se basa principalmente en escenas grandilocuentes, un trabajo de montaje exacerbado y fragmentario que presta más a la confusión que al lucimiento de las coreografías en las escenas de pelea o persecución y guiones esquemáticos que son una mera excusa para explotar el espectáculo vacío, cargado de explosiones y CGI mal implementado.
«John Wick 4», otra secuela de un producto establecido, parece continuar no solo con el legado de la saga sino con el camino marcado por «Top Gun: Maverick» en esta patriada de «salvar» al cine. Obviamente, sigo poniendo entre comillas el asunto porque siguen faltando producciones de presupuesto medio y la visibilización de otro tipo de cinematografías (tanto en el ámbito hollywoodense, como en el marco internacional y en el nacional). No obstante, lo que construye la nueva propuesta de Chad Stahelski es otro paso en la resurrección del cine de entretenimiento masivo.
«John Wick» (2014) era un pulcro y entretenido relato sobre un asesino retirado (el estoico Keanu Reeves) que volvía a su vida antigua para vengarse de los mafiosos que mataron a su perro. Dirigían Stahelski y David Leitch, dos personas provenientes del mundo de los dobles de riesgo y las coreografías que construyeron una carrera sólida pudiendo trasladar su visión y su conocimiento técnico a la perspectiva más panorámica del director. «John Wick: Capitulo 2» (2017) y «John Wick 3: Parabellum» (2019) ya dirigidas por Stahelski en solitario subían la apuesta y decidían profundizar en una mitología sugerida en la primera entrega, pero realmente abordada en las secuelas, revelando detalles a cuentagotas sobre el Hotel Continental, la sociedad de asesinos a sueldo, los códigos que manejaban y varias capas que le agregan cierta distinción a la película. Al mismo tiempo, en lo que respecta al conflicto del protagonista, este se va simplificando de relato a relato, pero sin caer en la obviedad del resto de las películas de acción genéricas actuales y buscando siempre un ángulo para revitalizar el género o darle un valor agregado que no tienen las demás producciones.
Esta cuarta entrega, nos presenta a un John Wick un tanto agotado, que busca algún tipo de solución para dejar de ser perseguido por «The High Table». Tras matar a un regente sin demasiadas respuestas ante su peligrosa situación, Wick buscará la ayuda de viejos colegas y en el medio conocerá a nuevos adversarios, entre ellos El Marqués (Bill Skarsgård), una de las autoridades más importantes dentro del sindicato criminal.
Stahelski vuelve a redoblar la apuesta haciendo que la trama sea lo más elemental (en el buen sentido) posible para el lucimiento de su maravilloso elenco, la puesta en escena, un impecable diseño de producción, así como también las habituales y cada vez más complejas y vistosas coreografías que nos tiene preparados, así como también la forma en que son filmadas. Parecen obvias varias cuestiones que señalo, pero el background de Stahelski como coordinador de dobles de riesgo favorece la artesanalidad de su puesta de cámara y la forma en que esta se mueve en set poniendo la técnica al servicio de la narración y buscando que la originalidad no pase por un montaje desmedido. La duración de los planos es más larga y estos también son más abiertos para poder tener un claro entendimiento del espacio escénico y de las posiciones de los personajes, por eso no es de extrañar que Stahelski tome como inspiración a películas de acción de John Woo, al spaghetti western de Sergio Leone y de Akira Kurosawa así como también de los musicales clásicos, que el propio Chad dijo que suele utilizar en lo que respecta a la acción en sí (no es de extrañar y lo de los tamaños de plano y la escasa fragmentación funciona de la misma manera en dicho género).
«John Wick 4» además de yuxtaponer influencias logrando algo tan único y distintivo, le rinde pleitesía a «The Warriors» (1979) de Walter Hill, especialmente en los últimos 45 minutos donde se dan las mejores secuencias de acción de los últimos años. Todo esto tampoco hubiese sido posible sin Dan Laustsen («La Forma del Agua», «La Cumbre Escarlata») en la dirección de fotografía que viene colaborando con Stahelski desde la segunda entrega y que le imprime una impronta visual apabullante con una paleta de colores inspirada en el animé y el manga por momentos, y con posiciones de cámara originales que embellecen la película.
En esa última hora el relato trasciende y se convierte en algo más, algo que puede encontrarse a mitad de camino entre todas las influencias mencionadas y también en los videojuegos con un punto de vista entre autoconsciente y testigo.
Punto aparte merecen Hiroyuki Sanada como el amigo que busca ocultar a John Wick de sus perseguidores, Shamier Anderson como el rastreador que le sigue los pasos a nuestro héroe y el sublime sicario ciego, Caine, interpretado por el maravilloso Donnie Yen. Esta película es el testimonio incuestionable de que todavía se puede hacer contenido de entretenimiento de calidad sin caer en los lugares comunes del género ni en la comodidad de las secuelas que repiten las mismas fórmulas que sus antecesoras. «John Wick 4» es un festín de sangre, balas y combates de artes marciales de alto vuelo. Un ballet de violencia brutal sumamente efectivo que agiganta la leyenda del personaje interpretado por Reeves y nuevamente muestran a Stahelski como uno de los directores que mejor abordan la acción. ¿Salvó al cine? Probablemente no, pero sí nos dio una experiencia maravillosa.