EL COYOTE-CORRECAMINOS
Con la cuarta entrega de su saga, John Wick consolida las características que lo hicieron un personaje muy destacable dentro del cine de acción de las últimas décadas. Hay una humanidad innegable en sus virtudes y defectos, en su recorrido ético y moral, que se expresa mayormente a través de la fisicidad. A la vez, su corporalidad lo enlaza con la animación y en particular con dos personajes que siempre han funcionado como opuestos: por un lado, el Correcaminos, esa criatura que siempre está escapando, por suerte o astucia, de la muerte en el último segundo; por otro, el Coyote, que siempre persigue un objetivo que nunca logra y cuyo físico es castigado de forma constante.
El argumento de John Wick 4 funciona en buena medida como el de Bourne: el ultimátum, aquella estupenda tercera parte de la franquicia protagonizada por Matt Damon: una serie de secuencias de acción, cada vez más potentes -casi películas en sí mismas-, unidas por una estructura narrativa bastante elemental, pero sumamente efectiva y concebida alrededor de un mundo expansivo y con reglas propias. Acá la excusa es que John Wick descubre una forma para derrotar a la Alta Mesa (ese ente oculto que rige la existencia de asesinos a sueldo como él) y, de paso, obtener su libertad. Aunque claro, para eso deberá emprender un nuevo camino repleto de obstáculos, con toda clase de adversarios tratando de aniquilarlo -incluso un ex amigo (Donnie Yen) forzado a cazarlo para proteger a su hija- y un poderoso sujeto (Bill Skarsgård) manejando los hilos de esa persecución sin cuartel.
El mundo que habita John Wick, queda cada vez más claro, es crecientemente disparatado, casi inverosímil, pero se las arregla para convivir con la realidad cotidiana con un nivel de convicción en la puesta en escena que hace que aceptemos eso como espectadores sin hacer el más mínimo cuestionamiento. Vemos al protagonista en una persecución a caballo en el medio del desierto vestido de traje, una reunión con mesa de por medio a la vista de cualquiera a metros de la Torre Eiffel o un tiroteo en el medio del tránsito alrededor del Arco del Triunfo sin que aparezca la policía (por mencionar apenas algunos ejemplos), y no tenemos ningún problema con eso. Simplemente nos divertimos, disfrutamos, estamos al borde de la butaca esquivando los tiros, esperando con ansia lo que viene. Y esto sucede porque el director Chad Stahelski redobla la apuesta a cada minuto, tratando de encontrar nuevos límites para lo que pueden dar los personajes: no solo Keanu Reeves, sino también Yen (que la rompe), Marko Zaror, Shamier Anderson, Scott Adkins y varios más. Las ideas visuales se acumulan a montones en John Wick 4, con un nivel de ambición estética pocas veces vista en un tanque de acción.
Pero esa vocación por acumular funciona sin cansar a lo largo de casi tres horas -excepto quizás la primera media hora, donde al film le cuesta acomodar su planteo narrativo- porque ese mundo disparatado y excesivo se sostiene también sobre personajes cautivantes. Personajes que se expresan a las piñas y tiros, pero que cargan con pasados a los que podemos intuir lateralmente, que se prestan con fluidez a la comedia, pero también al drama, sin caer jamás en la incoherencia. John Wick 4 es una gran comedia de acción, pero también un relato amargo y hasta trágico, sobre un tipo que no puede dejar de ser lo que es, incluso cuando quiere negar un destino que parece inevitable. Y que se cruza con gente que es como él, definida por una profesión y una suma de códigos casi medievales a los que nunca pueden escapar. Explosiva y vibrante, con imágenes y escenas inolvidables, John Wick 4 es una de las grandes películas de acción de los últimos años y ya uno de los mejores films de este 2023 que recién comienza.