El personaje de Johnny English surgió hace 15 años como un eco tardío de Mr. Bean, aquella serie de principios de los ’90 que catapultó al comediante Rowan Atkinson a la fama internacional. A la primera película, en 2003, le siguió otra en 2011 que aprovechaba la capacidad física del actor británico para una comedia en clave satírica sobre el universo de espías. Una idea casi tan vieja como James Bond -paradigma indiscutible del espionaje cinematográfico- que ahora vuelve a replicarse en Johnny English 3.0.
Si la idea es vieja, al menos debe reconocérsele a esta tercera entrega el carácter autoconsciente a la hora de convertir esa vejez en una suerte de leitmotiv narrativo. Hasta su humor es propio de otros tiempos, con chistes en los que mandan la blancura, la inocencia y la ausencia de doble sentido.
English es un agente de la vieja guardia, rabiosamente analógico y detractor de cualquier elemento hi-tech, obligado a volver al ruedo luego de una convocatoria de la Primera Ministro (Emma Thompson) a raíz de un hackeo al sistema informático del servicio secreto británico que sacó a la luz la identidad de todos los agentes en servicio apenas una semana antes de una reunión de importantes dirigentes políticos de los países más poderosos del mundo en Londres.
La trama funciona como una excusa para poner a la criatura de Atkinson en medio de una investigación internacional en busca de los hackers. Con el Inspector Clouseau de la saga La Pantera Rosa como referencia ineludible, Johnny English 3.0 funciona en la medida que sus chistes lo hacen. Y aquí está el problema, pues la mayoría de ellos se han visto infinidad de veces y casi siempre mejor. El resultado una película amable y por (pocos) momentos divertida, aunque ya un poco gastada.