Al descontrol secreto de su majestad
En el arranque de Johnny English 3.0 (Johnny English Strikes Again, 2018), un ataque cibernético de dimensiones considerables pone en peligro la realización de un nuevo encuentro del G12 en suelo británico. Aquello que debería ser solemne y “serio” en cualquier película de espionaje y acción, en esta oportunidad es puesto en solfa por una propuesta que se ríe de sí misma –honestamente-, y no se toma en serio, reivindicando el entretenimiento como motor e impulso narrativo y la confusión como principal conflicto dramático.
La vuelta de este falso James Bond en la piel de Rowan Atkinson es un aire fresco para las últimas comedias que parodian el cine de espionaje, que pretenciosamente han querido ser solemnes y fieles con sus predecesoras pero sin conseguir transmitir la esencia y arquetipos que las atraviesan, potenciando, en esta oportunidad, al hombre de las mil muecas, y que supo, ya en su precuela, construir una parodia del universo de los servicios secretos como otrora supo hacerlo Mike Myers en la saga de Austin Powers.
Enmarcada en la clásica comedia que toma la confusión como eje, el desarrollo de la historia va de la mano de más y más obstáculos que se desprenden de ese primer traspié inicial que originó el relato cuando la primera ministra (Emma Thompson), más preocupada por tomar vino y decidir qué ponerse en el encuentro de naciones, se da cuenta del ciberataque y pone en acción un plan para que viejos agentes resuelvan rápidamente el misterio sobre la identidad del atacante.
Cuatro son los escogidos para tomar parte en el asunto y English (Rowan Atkinson) es uno de ellos, tal vez el menos indicado, pero el único que queda en pie para llevar adelante la búsqueda del agresor virtual, por lo que el disparate y la comedia estarán a tono con una propuesta que si bien camina sobre seguro y apela al célebre humorista y su archiconocido Mr. Bean, la sólida trama la posicionan como un entretenimiento dinámico y efectivo.
El gag, el slapstick y el humor físico puesto para este personaje, que además potencia muchas de las bromas presentadas a partir de una trama anacrónica en cuanto a su tema: English odia la tecnología, y en el momento de escoger su gadgets prefiere una lapicera bomba, una golosina envenenada o unas pastillas energizantes.
Justamente a partir de éstas últimas se construyen los sketchs más divertidos del film: un personaje sobreexcitado y enérgico que baila sin parar ritmos en una pista plagada de amenazas, una persecución en caminos paradisíacos (si no hay persecución no hay película de espionaje) y un remate final con el desenlace de la energía.
Johnny English 3.0 reivindica un universo creado para y por disposición de Atkinson, quien sabe llevar adelante la acción, deteniéndose en aspectos más físicos del relato para atrapar a la audiencia. Emma Thompson brilla como la primera ministra, como así también el resto del elenco, en el que se destaca Olga Kurylenko y Jake Lacy, los villanos de turno, que aportan belleza y glamour a esta propuesta de espionaje internacional.