Un ADN ciento por ciento almodovariano recorre “La piel que habito”. Pero a diferencia de filmes anteriores que hicieron del apellido Almodóvar un adjetivo, en este caso el trabajo del manchego que creó algunas de las mejores películas del cine español, pierde fuerza y da lugar a un relato algo pretensioso. Sus trabajos anteriores tuvieron diferentes proporciones de pasión, amores imposibles, obsesiones, arrebatos, sangre y sexo, y siempre el director mantuvo el pulso firme y logró imponer su talento narrativo a pesar de los desbordes. En este caso son demasiadas las cuerdas que toca y van desde referencias mitológicas, a la actualidad pasando por Frankenstein y apuntes de noticias siniestras. No hay verosimilitud, y no podría haberlo, en un relato como este sobre un cirujano plástico loco con aspiraciones de semidiós interpretado por Banderas. El hombre tiene una historia negra, con una mujer calcinada en un accidente, una hija con fobia social y secretos que espantan que le deparan un guión gótico y que no le teme a los estereotipos del folletín. El, sin embargo, se las arregla para reparar lo que el destino le deparó. A pesar del cuidado diseño de arte, las sutilezas de la fotografía y algunas buenas actuaciones, a lo largo de dos horas sorprende comprobar que el ingenio y la creatividad de Almodovar hubiesen merecido una mejor historia.