Mr. Bean con licencia para matar
A comienzos de la década pasada, la gente de la compañía Working Title, siempre en busca de comedias rendidoras (son los productores de Cuatro bodas y un funeral, Un lugar llamado Notting Hill y Realmente amor, entre otras), reflotó una subespecie de los años ’60: la parodia Bond. El inepto superespía del caso sería Rowan Atkinson, quien veinte años más tarde de Mr. Bean mantiene cierto crédito abierto en boleterías. Como era de esperarse –nada más anacrónico que una parodia Bond–, Johnny English se sostenía sobre media docena de gags, y eso era todo. Unos años más tarde y tanto como para engrosar un poco más su abultada agenda (tienen cinco títulos en carpeta para el 2012), Working Title presenta Johnny English recargado. Que en inglés no es recargado, sino renacido. Ni mucho de una cosa ni demasiado de la otra: hasta la cantidad de gags que funcionan se parece a la de la primera Johnny English.
¿Vale la pena reseñar el argumento, cuando todos sabemos que el argumento de una película cómica es siempre una excusa? Pongámosle que vale. Por más que sea el agente más inepto del MI7, por más que la mismísima reina le haya arrancado el título de sir, por más que al presidente de Mozambique le volaran la cabeza por su culpa, el guión decide que sea a Johnny English a quien sus superiores quieran para una misión. Deberá viajar a Hong Kong y contactar a un agente de la CIA (el gran secundario Richard Schiff, en poco más que un cameo), que cuenta con data fresca sobre cierto grupo de magnicidas a sueldo. Johnny va, vuelve y al final terminará viajando a la nevada Suiza, sospechado él mismo (como si de un héroe hitchockiano se tratara) de ser miembro de esa orden criminal, junto con un agente de la CIA y un ex KGB. Se le suman algunos rostros conocidos y otros más o menos hot (una Gillian Anderson morocha, Dominic West –protagonista de The Wire– y la rubia Rosamund Pike) y el preparado está listo para servir.
No es que Johnny English recargado sea un desastre. Nadie hace el ridículo acá ni tampoco da para salir corriendo a pedir que devuelvan la plata. El problema es que en una propuesta de este tipo, en la que todo descansa sobre los gags, si éstos no se lanzan a repetición, entre uno y otro la sensación es de tiempo perdido. Y aquí, los gags que valen la pena son una media docena. A saber: 1) cierta esforzada técnica zen, que permite sobrellevar patadas en los testículos; 2) la privatización y esponsoreo de los servicios de espionaje; 3) el experto en balística del MI7, hecho pelota por los experimentos pifiados; 4) el brutal castigo a una pobre abuelita (que después se repite, cuestión de sacarle el jugo); 5) uno estilo Mr. Bean, con Atkinson subiendo y bajando sobre una silla de altura ajustable, en medio de una reunión de altos mandos, mientras a su lado el Prime Minister trata gravísimos asuntos de Estado; 6) el remate de la técnica antipatadas. Si con eso alcanza o no, cada uno sabrá.