Balas de fogueo
A esta altura hacer una parodia de los films de espías al estilo James Bond, es algo inútil y demodé. Se supone, antes que nada, que una sátira debe servir para reducir algo importante a su modelo más ridículo: el problema es que las películas de James Bond ya son algo ridículas por sí mismas (Austin Powers funcionó porque la sátira iba precisamente por otro lado). Por eso que Johnny English recargado no es sólo una mala película, sino que además resulta curiosa en su tozudez para repetir un concepto que ya no había funcionado cinco años antes, cuando Rowan Atkinson probó con la primera de esta saga (lástima que carezca de algún elemento cinematográfico como para destacarla, por lo que ese empecinamiento ni siquiera puede celebrarse aunque sea por su constancia). Uno supone que donde sí funcionó aquella Johnny English fue en la taquilla y que por eso se retoma la idea, lo que comprueba cómo funciona el peor cine industrial de estos tiempos y que el público se equivoca muchas veces.
Otro caso para estudiar es el de Atkinson. Famoso por Mr. Bean, su “personaje” (digamos que English es una variante de Mr. Bean) nunca funcionó en el largometraje. Las dos películas de Mr. Bean y estas del espía del MI7 son comedias pobremente construidas, que no saben cómo hacer cuajar lo de monigote que tiene su protagonista dentro del espacio cinematográfico. Digamos: Atkinson debería economizar recursos en pos de jugar con la puesta en escena, dibujar en dos trazos y poner el cuerpo, utilizar lo slapstick, para volar satíricamente todo por los aires. En contrapartida, el actor prefiere contar historias que requieren de una construcción -por mínima que sea- que excede sus posibilidades. Así, su juego gestual queda totalmente perdido en el marco de una puesta en escena que descree de lo mínimo y apuesta a lo grandilocuente: Johnny English recargado no funciona, precisamente, porque sus escenas de acción son muy flojas y encima tienen la torpeza de minimizar lo cómico.
En esta segunda parte, Johnny English está recluido en un templo budista y el MI7 lo convoca nuevamente para impedir el asesinato del primer ministro chino: el tema es que English fue señalado como responsable en el pasado del asesinato del presidente de Mozambique y eso lo obligará a recomponer su imagen ante los servicios secretos. La idea es, básicamente, mezclar un poco del Frank Drebin de La pistola desnuda con el Clouseau de La pantarea rosa, con una pizca de Mr. Bean. Y como muestra incontrastable de por dónde debería ir la cosa, el único momento genuinamente cómico es cuando en una reunión junto al primer ministro inglés, English sube y baja en su silla que acaba de rompérsele. La situación, más el contexto, más la cara del actor (lo gestual es clave en Atkinson) construyen uno de esos momentos graciosos que la película puede contar con los dedos: es un Mr. Bean clásico. El problema es que el film nunca puede fusionar la comedia con la acción: la mayoría de sus chistes carecen de timing, otros son viejos y algunos son directamente malos. Y otra cosa: la construcción de English es deficiente, por un lado es un imbécil de campeonato y por otro, un héroe de acción intrépido y súper inteligente. Eso rompe con el verosímil que, incluso, un producto como este tiene que sostener. Johnny English recargado es mala, y encima por allí andan dando algo de lástima Gillian Anderson y Rodamund Pike. Obvio, si a usted le alcanza con que Atkinson mueva sus cejas o no puede parar de reírse cuando mira sus ojos saltones, bueno, esta es su película. Le aviso que es poco, pero cada uno se ríe con lo que puede.