Con los ecos de la recordada La vida es bella, de Robert Benigni, el director neozelandés Taika Waititiconstruye una sátira sobre en nazismo que funciona más al comienzo que en su desenlace pero permite el lucimiento de sus peculiares criaturas.
Como si se tratase de su efectiva comedia de horror Casa Vampiro -What We Do in the Shadows, de 2014-, su nueva creación se sitúa en un pueblito durante el final de la Segunda Guerra Mundial.
Al niño Jojo -Roman Griffin Davis- le aseguran "Te convertirás en un hombre" cuando es reclutado por las fuerzas nazis, es entrenado y obligado a matar a un conejo ante la burla de sus compañeros. El niño forma parte de las Juventudes Hitlerianas y está dispuesto a combatir al enemigo en una Alemania nazi que es real pero también fruto de su frondosa imaginación. Jojo vive junto a su madre -un papel episódico de Scarlett Johansson-, tiene un amigo imaginario: Adolf Hitler -encarnado de forma payasesca por el propio realizador Waititi- y a su gracioso amigo Yorki -Archie Yates-, su inseparable compañero de aventuras. La trama incluye además a Elsa -Thomasin McKenzieuna-, una niña judía que vive recuída en su casa y con quien comienza una relación.
La gracia tapa la desgracia de los hechos bélicos y, en algunos casos, la chispa se apaga más rápido de lo esperado. Sin embargo, el peso del relato recae en el pequeño protagonista y un entorno peligroso que se convierte en una amenaza constante como el villano de turno, el Capitán Klenzendorf -Sam Rockwell- y su mano derecha Finkel -Alfie Allen-.
La historia acumula situaciones graciosas pero está lejos de ser una genialidad, pero si acierta en la pintura de época, la figura crepuscular de un Hitler que pierde poder y una radiografía infantil ante la muerte y la destrucción.
Entre la formación de la "raza aria", la quema de libros, granadas y amistad, la película se ve con agrado y expone un panorama gracioso de una época negra con escenas potenciadas por canciones de Los Beatles.