El director neozelandés Taika Waititi, conocido por filmes como el ingenioso mockumental de terror sobre vampiros What We Do In The Shadows (2014) o la taquillera Thor: Ragnarok (2017), vuelve a la gran pantalla para presentar una comedia dramática que pocos se atreverían a realizar sin salir ilesos. Definida por el director como una “sátira anti odio”, Jojo Rabbit se burla del nazismo, la figura de Hitler y la guerra como ya lo han hecho a lo largo del siglo XX directores de la talla de Charles Chapin (El Gran Dictador, 1940) y Mel Brooks (Los Productores, 1967), pero en esta ocasión a través de la mirada ingenua y fantástica de un pequeño fanático del sangriento régimen totalitario alemán.
Basado en la novela de Christine Leunens, el filme sigue los pasos de Johannes “Jojo” Betzler (Roman Griffin Davis), un niño de 10 años que se apunta a un campamento de las Juventudes Hitlerianas en su afán de servir al país durante el último tramo de la Segunda Guerra Mundial. Con el rumor a cuestas de que su padre, desaparecido en Italia hace más de dos años, es en realidad un desertor de guerra, Jojo demuestra orgullosamente ante el batallón comandado por el bobalicón Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) que él es un ferviente nacionalista capaz de cazar a cuanto judío se le cruce. Sin embargo, en el momento en que es desafiado por un joven soldado a asesinar a un conejo con sus propias manos, el niño se acobarda y huye torpemente, episodio que termina otorgándole el apodo burlón de “Jojo Rabbit”. Cuando creía que las cosas no podrían ir peor, una tarde Jojo descubre un terrible secreto: su madre (Scarlett Johansson) ha estado escondiendo a una adolescente judía (Thomasin McKenzie) en el ático de su casa y entregarla podría suponer un fatal destino para ambos.
Las atrocidades del nazismo narradas desde una visión infantil es una idea que ya había sido desarrollada tanto en la italiana La Vida es Bella (1997) como en la adaptación de El Niño con el Pijama a Rayas (2008), donde también se plantea el entendimiento de la guerra a partir de la conexión de un joven alemán con un niño judío. Sin embargo, aquí estamos ante un terreno más arriesgado, dado que se trata de una comedia provocadora que podría herir alguna que otra sensibilidad. Los créditos iniciales que exhiben imágenes reales de la dictadura nazi mientras suena de fondo una versión alemana de I want to hold your hand de The Beatles, deja en claro que el objetivo del director no radica solamente en volver a ridiculizar a los poderosos fascistas y sus absurdas creencias, sino también en poner de manifiesto un tema tan actual como lo es el fanatismo, el nacionalismo ciego y sus peligros.
La caricaturesca representación de Hitler a lo Monty Python (interpretada por Waititi) como el amigo imaginario de Jojo, quizá no sea tan cómica o necesaria como uno supondría en una sátira de este estilo, pero su presencia también abre paso a una lectura psicológica acerca de como los líderes políticos vienen a reemplazar a la figura paterna. En cuanto a Johansson, la actriz que enamoró al fandom comiquero con su interpretación de la Viuda Negra aquí juega un rol divertido como una madre que a través de juegos y bailes intenta que su fanático y empedernido hijo vea el lado maravilloso de la vida. En el reparto adulto se destacan también Rockwell con aquella facilidad para construir todo tipo de personaje que lo caracteriza, Rebel Wilson en el papel de una brutal instructora nazi y Stephen Merchant en una pequeña participación como miembro de la Gestapo. Mención especial para el debutante Archie Yates como Yorki, el niño amigo de Jojo y miembro de las Juventudes Hitlerianas que endulza la pantalla en cada una de sus cortas apariciones.
Aquellos que vayan a verla esperando encontrarse con una comedia bizarra de principio a fin al mejor estilo de What We Do In The Shadows, sin duda terminaran decepcionados. Desde un primer momento, precisamente con aquella escena del conejo, el cineasta neozelandés advierte que estamos frente a una mixtura de géneros en donde el drama de la guerra y los miedos más profundos que ésta plantea serán retratados fuertemente. Hay que decir que Waititi logra un convincente equilibro entre la comedia, la tragedia y el coming of age, sin caer nunca en golpes bajos y saliendo airoso de lugares incómodos en parte gracias a la ternura e inocencia que destila su protagonista. Un desafío que en manos de otro director podría haber terminado en un rotundo desastre. Jojo Rabbit evidencia una vez más que la tan cuestionada “corrección política” no es más que una excusa para aquellos que desean seguir haciendo el mismo humor fácil a costa de las minorías. Está claro que si todavía se puede hacer comedia a partir de uno de los episodios más oscuros de la historia, se puede hacer reír con cualquier tema, el problema no es el “que” sino el “como”, a través de que perspectiva se hace y teniendo bien en cuenta hacia quien va dirigido.
Podemos afirmar que Jojo Rabbit es un filme dirigido por alguien que sabe bien como manejar los diversos tonos, compuesto de un entrañable elenco, con un gran y prometedor hallazgo como es el caso de Griffin Davis, una banda sonora de lujo y un mensaje simple pero efectivo para las nuevas generaciones.