Taika Waititi deslumbra con un trabajo emotivo, lúdico, lisérgico que revisita el nazismo en una potente metáfora de la niñez y los miedos y también de la soledad y el dolor.
JoJo habla con su amigo imaginario. Sueña con ser el mejor aprendiz del campamento de adiestramiento militar al que acude, aunque su debilidad limita sus deseos y realidad.
Su infancia se pierde entre largas charlas fantasiosas y la dura realidad del contexto bélico que condiciona todo, suavizado por el amor y cuidado de su madre, quien lo empodera para que cada día pueda ser más fuerte.
El descubrimiento de una joven en su casa, en una situación particular, abrirá puertas a nuevas pulsiones y juegos que expandirán sus expectativas y abren la narración para que, una vez más, Waititi escape a cánones, preconceptos y lugares comunes del cine.
El director juega con el sentido simbólico de la guerra y su peso en la sociedad, con ideas que en otro tiempo se podrían cuestionar, pero que en la rebeldía y originalidad terminan deconstruyendo, desde el humor, con referencias a la cultura popular, la sombría construcción sobre los relatos históricos.
Scarlett Johanson, Thomasin McKenzie, Sam Rockwell y la revelación Roman Griffin Davis, potencian esta historia que no pasara desapercibida.