Belle de jour en el siglo XXI
Verano. Isabelle (hermosa Marine Vacth, una revelación), quien pronto tendrá 17 años, pierde su virginidad en una playa con un joven alemán y con cierta frialdad, como si fuera una formalidad por la cual hay que pasar rápidamente.
Otoño. Unos meses después, Isabelle se encuentra en un hotel elegante con un cliente. Es que Isabelle o Léa, el apodo que usa para estas circunstancias, se prostituye vía un sitio web de citas. Es su elección. Le gusta. No sabe bien por qué, pero le gusta. Es así. Inexplicable. Pronto vendrán el invierno y la primavera, pero su comportamiento no se esclarecerá mucho más.
Es alrededor de esa transgresión y de ese misterio que se articula la nueva película de François Ozon. Nadie sabe bien por qué esa adolescente se prostituye, tampoco el espectador lo sabrá. Es que la fuerza del relato consiste en librarse de cualquier tipo de explicación que permitiría entender esa elección. No es lo sociológico o lo económico. Isabelle es lo que se llamaría una hija de buena familia. Estudia en el liceo Henry IV, uno de los liceos parisinos más exclusivos del país. Su madre (Géraldine Pailhas) es médica, le provee siempre con lo que necesita. No es lo psicológico tampoco. Su madre es divorciada, pero Isabelle se lleva bien con su padrastro.
Algunas pistas están a veces sugeridas: el gusto por la transgresión con la lectura de Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos, una relación conflictiva con su madre. Pero esas pistas no se confirman, no están dibujadas para convencer, apenas esbozadas el tiempo de un instante. Probablemente la pista más firme se vincula con el dinero, no el dinero como simple medio para comprarse productos de lujo, lo que Isabelle nunca hace -prefiere robar la ropa de su madre-, pero el dinero como medio de transacción y como reserva de valor, el dinero que cambia de mano -la escena se repite una y otra vez- y queda apilado en el armario, acumulándose, escondido, pero al alcance. Lo importante es que los hombres pagan, y mucho, para tener relaciones con ella. ¿Por qué será? No se esclarece. Siempre el comportamiento de Isabelle conservará algo enigmático.
Con ese relato amoral, desprovisto de cualquier juicio de valor, François Ozon vuelve a cuestionar la norma, lo que la sociedad considera como aceptable o no. Lo hace con gran delicadeza y dulzura en la puesta en escena, filmando los cuerpos con la distancia justa, la que hace que su película nunca se vuelva obscena o vulgar, y nunca busque el escándalo.
Al final, Isabelle/Marine Vacth se cruzará con la única persona que confiesa entenderla, Alice/Charlotte Rampling, su alter ego, como personaje pero también como actriz, como si Marine Vacth fuera su nueva encarnación, y en eso también, la elección de Ozon no podía ser mejor.