La farsa del sueño americano
Joy no ha tenido una vida familiar fácil, padres divorciados, una madre más apta para una psiquiátrico que para llevar una vida normal, solo su abuela le daba a la chica algo de paz y contención; algo que también hallaba en sus dibujos y maquetas hechas de papel. Ya adulta, la joven mantiene el hogar ya con un hijo a cuestas, fruto de una matrimonio fallido.
El punto es que Joy es una creativa por naturaleza, siempre en busca de soluciones ante los problemas que se le presentan. Un día, mientras limpiaba el resultado de una copa con vino estrellada contra el piso, al ver sus manos heridas por los trozos de vidrio, comenzó a pergeñar lo que sería su salvación económica.
La joven ideó un trapeador con el cual se puede limpiar el piso y escurrirlo sin necesidad de tocarlo. En los setentas esto era algo novedoso, pero no muy atractivo. Nadie quería comprarle la idea a Joy, pero resulta que -y he aquí la clave del asunto- con una millonaria dispuesta a ayudar y un buen contacto para promocionar el producto, las cosas se le hicieron más fáciles.
Jennifer Lawrence encara un rol al que no logra llenar por completo. Alcanza a llevar bien a su personaje mientras es joven e impetuoso, pero le queda grande y expone su debilidades como actriz cuando debe mostrar madurez. Ahí también hace agua el director al querer mostrar la magia del sueño americano, cuando en realidad no hizo más que exponer lo excepcional del caso de Joy, quien no tuvo solo la actitud emprendedora necesaria, sino también una enorme dosis de suerte que la mayoría, por más creativos que sean no suelen tener.
De aspectos técnicos solventes, bien ambientada y con toques de comedia que le sientan bien, el filme no llega a conmover como quisiera.