Una Cenicienta del “llame ya”.
David O. Russell, director y guionista, ha cosechado a lo largo de los años un gran número de adeptos, fieles a su estilo, seducidos por títulos como El Ganador, El Lado Luminoso de la Vida, Escándalo Americano, entre otras; películas dotadas de historias congruentes, sostenidas por actores de calidad impecable, conducidos por un director que sabe lo que quiere decir y más importante aún, cómo decirlo.
Con grandes expectativas, llega Joy, sobre una ama de casa y madre soltera, la cual ha renunciado a todos sus sueños de la niñez, a aquellos dotes natos para inventar cosas, relegados frente a las obligaciones personales y familiares (cabe mencionar un detalle: si bien la protagonista tiene dos hijos, una nena y un nene, éste último pareciera desaparecer del cuadro familiar en varias escenas, quizás como una metáfora del rol menor y peyorativo que se le da al género masculino a lo largo del film).
Uno de los puntos más sobresalientes es la brillante actuación de Jennifer Lawrence, a quien muchos han tildado de “sobrevalorada”, sin embardo es justo decir que interpretando a Joy Mangano eleva la trama en aquellos momentos donde el ritmo narrativo paraciera no sostenerse del todo. Desempleada y viviendo en la misma casa junto a su madre (una adicta a las telenovelas), su padre (un desdibujado Robert De Niro), su ex marido instalado cómodamente en el sótano, una abuela preocupada por no dejar morir los sueños de su nieta mayor, una hermanastra digna de aquellas de los cuentos de niños; deberá encontrar la manera de no dejarse absorver por el entorno que la rodea.
Este podría considerarse el cuento de una Cenicienta, sólo que en vez de ir en busca de un príncipe azul, el sueño es otro, el de la independencia económica y la superación personal. Así es cómo nuestra protagonista batalla contra todos los obstáculos que la sociedad y su propia familia le imponen, y logra dar con un invento, el famoso trapeador mop, aquel que no es necesario tocar al escurrir (otra analogía en concordancia con el cuento de la pobre sirvienta convertida en princesa). Dicha invención la convertirá en una millonaria y en una reina del telemarketing, llevando al máximo la utopía del sueño americano.
Existe un dejo de feminismo a lo largo de toda la trama aunque probablemente la intención haya sido la opuesta, pero tanto remarcar el punto de la valoración de la mujer, de su indepencia, de las guerras unilaterales en contrapunto con el rol del hombre, siempre considerado como un obstáculo, invita a una sensación de ambigüedad, dejando por debajo a los valores que intentan ponderarse en la historia relatada.
El film es correcto, mantiene el tempo narrativo gracias a la combinación de momentos dramáticos con buenas ironías, las cuales funcionan como salvavidas en los instantes en que el pulso decae (varios de ellos tienen que ver con el fallido personaje construido por la inigualable Isabella Rossellini, quien al menos -en el papel de la nueva novia del padre de Joy- bordea lo bizarro durante todas sus escenas). Seguramente no encabezará la lista de los mejores films del director de Tres Reyes, y muchos de sus seguidores quedarán algo insatisfechos, sin embargo la obra supera la línea de lo aceptable, no cae en clichés ni en resoluciones fáciles e ilustra de manera detallada la contienda entre el feroz mundo del comercio y los sueños que nos persiguen hasta cumplirlos.