Cuando Jennifer es todo
Desde la interesante El lado luminoso de la vida (2012), el director David O. Russell colabora periódicamente con la dupla Jennifer Lawrence – Bradley Cooper. Sociedad que continuó en la correcta Escándalo americano (2013), y ahora sigue con la fallida Joy: el nombre del éxito. Algo queda claro: la triada Russell – Lawrence – Cooper no es tan fructífera como otra triada famosa conformada por los responsables de Antes del amanecer (1995), la del director Richard Linklater y los intérpretes Ethan Hawke y Julie Delpy.
Joy (Lawrence) es el nombre de la protagonista de esta historia de superación personal basada en hechos reales. Estamos ante una mujer orquesta que abandonó sus sueños de juventud para intentar mantener a flote a su desmembrada familia, que incluye: un divorcio, dos hijos, una abuela, y sus propios padres divorciados viviendo en la misma casa. Russell esquiva lo obvio, no nos cuenta el esperable derrumbe de esa estructura familiar imposible y el resurgimiento de Joy desde las cenizas. Nos cuenta cómo Joy hizo guita, manteniendo los mismos vínculos destructivos y a pesar de ellos. Russell teje un estilizado cuento de ascenso al mundo empresarial para el lucimiento de Lawrence. Y a Joy: el nombre del éxito le termina pasando lo mismo que a Los juegos del hambre: Sinsajo – El final (2015): queda asfixiada por el peso de la actriz, en detrimento de los demás elementos del film que son más bien enclenques. Tenemos a Bradley Cooper en piloto automático haciendo de amigo/enemigo de Joy (y de Jennifer), como si hubiera ido a filmar sus escenas por pura amistad. Luego está De Niro retomando su porte de suegro mala onda que a veces funciona en comedias, y también Isabella Rossellini sobreactuando un personaje que parece Margaret Tatcher. La absurda utilización de la voz en off de la abuela Mimi (Diane Ladd), o el hijo varón de Joy que sólo aparece fuera de campo o atrás de una puerta (en una decisión que parece más contractual que artística); todo luce más o menos, excepto Joy.
Por otro lado, aún en una película que es pura exaltación de Lawrence, en donde su magnetismo y fotogenia están en primerísimo orden, es difícil sentir empatía por su personaje. No hay manera de identificarse con Joy, esta especie de pionera del diseño industrial que crea un objeto novedoso pero que no sabe cómo venderlo, pero que de repente tuvo una epifanía y es una genia del marketing y una feroz mujer de negocios, finalmente devenida en una Amalita Fortabat generosa, joven y omnipotente. Nunca se reinventa, ni reconstruye sus vínculos, todo lo que consigue ya estaba en ella, todo lo que tuvo que hacer es repetir patrones de conducta hasta el final feliz, a la manera del Steve Jobs (2015) de Danny Boyle, sólo que en esa película lo que importan son los demás personajes.
Joy: el nombre del éxito sufre el drama de ser una película de lucimiento, al mismo tiempo que es difícil sentir cariño por su personaje principal. Es inevitable que falle.