Juan de los muertos

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

LA HABANA SE TIÑE DE ROJO

Un hombre en el medio de la nada, recostado en su precaria barcaza hecha de gomas, tirantes y anudada con sogas y redes. Este hombre gira en círculos debido a la inercia del movimiento del mar. Cada vez se acerca un poco más la cámara. Entonces, el plano cenital se torna supino y en el mar se puede apreciar la sombra de la barca. La calma se entremezcla con el clima tropical y el color transparente de las aguas. Cuando el hombre queda en un primer plano aparece, de pronto y por un costado, su amigo. El susto se convierte en anécdota y la breve charla transmite no sólo intimidad, sino también describe su entorno social: el acento inconfundible de los cubanos y su intención (o no) de salir de la isla hacia Miami. Entonces, hay un primer indicio que devela lo que acaecerá sobre Cuba: la aparición de un cuerpo con traje naranja, una cara carcomida por la erosión del agua y del tiempo.

Juan de los Muertos es la segunda película dirigida por el argentino Alejandro Brugués, quien forma parte de la productora independiente cubana “Producciones La 5ta Avenida”. Este director se vale del motivo de la supervivencia no sólo como uno de los rasgos principales del protagonista del filme, sino también como sello del contexto social y político cubano. Por tal razón, no es casual que Juan repita: “Yo soy un sobreviviente. Sobreviví a Mariel, a Angola, al período especial y a la cosa esta que vino después. A mí me das un filo y yo me las arreglo”.

Juan (Alexis Díaz de Villegas) es un hombre que se rebusca la vida con su amigo Lázaro (Jorge Molina) y con un grupo conformado por Vladi California, el hijo de su amigo (Andros Perugorría), el Primo (Eliécer Ramírez) y la China (Jazz Vilá). Pero la vida en La Habana se verá amenazada cuando comiencen a aparecer y multiplicarse hombres y mujeres violentos, con aspecto desagradable que buscan comer a otros humanos.

El primer objetivo del grupo será sobrevivir a esta plaga declarada por los medios de comunicación como disidentes pagados por Estados Unidos. Para ello, comienzan a investigar de qué forma se los puede vencer y luego reclutarán a todo aquel que aún conserve su integridad humana, entre ellos, se sumará Camila (Andrea Duro), la hija de Juan. Pero, como el protagonista se las ingenia de forma permanente, verá en la protección contra los zombis un gran negocio y no dudará en ponerlo en marcha bajo el lema: “Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos”.

El filme está construido a partir del entrecruzamiento de dos lógicas: por un lado, la de género de terror, más específicamente, de los zombis. Se puede pensar que algunas escenas de la película aluden a la reconocida La noche de los muertos vivos (1968) dirigida por George Romero como, por ejemplo, un plano que muestra a un zombi devorando partes humanas o cuando Juan va a buscar a Camila y la casa está rodeada por estos seres. Por el otro, sobre la base del absurdo y la ironía. Como en una escena donde una anciana le pide ayuda a Juan porque cree que su marido murió y, en realidad, se convirtió en zombi. Entonces, el protagonista llama a sus amigos para que los ayuden a matar al marido zombi (previo armado de la compañía) y terminan quitándole la vida a la mujer. De esta forma, la película quiebra de manera permanente el registro.

También cobra gran importancia la exposición de los símbolos o lugares más representativos de Cuba, como la conocida imagen escultórica del Che Guevara, el Malecón o el Capitolio Nacional. En éste último, Brugués repone, a través de la caída de un helicóptero en llamas y la destrucción de gran parte de la cúpula, un guiño a múltiples películas de acción norteamericanas y se puede pensar la última escena del auto dentro de “los términos” del final de Thelma y Louise, de Ridley Scott.

Juan de los Muertos está centrada en la supervivencia y en el contexto social cubano, y el director se vale de estos pilares para establecer cuestionamientos (sobre todo en los diálogos entre los dos amigos) del ámbito político y social dentro de la isla. Sin embargo, estas reflexiones e incluso algunos guiños quedan desdibujados por el abuso del absurdo y de los constantes quiebres en el relato. Por tal motivo, la película pierde eficacia y frescura mientras que obtiene grandes cantidades de sangre o escenas violentas. De todas formas, Juan de los Muertos permite concebir no sólo una idea innovadora (un film cubano de zombis), sino también un intento por mostrar a La Habana desde una perspectiva diferente y lúdica.

Por Brenda Caletti
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