Dos leyendas en el comienzo del camino
La directora Paula de Luque pone a sus protagonistas en un marco de odios y lealtades que se aproximan al exceso a medida que la pareja empieza a ser algo más que una pareja, un devenir que lleva inexorablemente al 17 de octubre del ’45.
Como en un melodrama, esta historia de amor está enmarcada por excesos, como un terremoto, el de San Juan de 1944, que termina por sellar el destino de encuentro de Juan Perón y Eva Duarte. Es en ese caldo de cultivo para el nacimiento de un mito, ese entrecruzamiento de casualidades y causalidades, de realidad y leyenda, donde elige concentrarse Juan y Eva, film de Paula de Luque basado a su vez en la novela homónima del secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, próxima a publicarse. Perón (Osmar Núñez) es aquí todavía un dirigente en ascenso, pero que aún está descubriendo su discurso y su alcance y el que sigue manteniendo cierto acartonamiento propio del arma que representa. Eva (Julieta Díaz) es todavía una joven actriz que sueña con triunfar en el cine y se fascina por el hombre que admira y por el mundo que se le abre.
Para que un héroe resalte, es necesario, decía Hitchcock, que el malo de la película tenga peso propio y quizás el que empuja al héroe a su destino. Es el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo va quedando dividido en dos bandos unidos en la punta por Estados Unidos y la URSS. Spruille Braden (Alfredo Casero), empresario, lobbista y diplomático estadounidense de neto corte antisindical, llega como nuevo embajador del país del Norte a la Argentina. Su objetivo: aglutinar a la oposición en función de defender los intereses que la figura de Perón parece amenazar. Por otro lado, la relación con los gremios y con la actriz de baja alcurnia Eva Duarte del para mediados de 1944 secretario de Trabajo, ministro de Guerra y vicepresidente también comienzan a irritar a los sectores más conservadores de la oficialidad, representados por el comandante de Campo de Mayo Eduardo Avalos (Fernán Mirás). La oposición está planteada entre las fuerzas que desean proteger desde distintos puntos el statu quo reinante y el quiebre radical que representa Perón.
En Juan y Eva, los personajes centrales aparecen como mirados uno a través de los ojos del otro. Eva es la muchacha fresca, desprejuiciada, intuitiva y celosa, que se mete de lleno en la vida de Perón. En ese ingreso, se encuentra con las mujeres del coronel y en todas se ve reflejada. Laberinto de espejos, Eva se encuentra a sí misma en María Cecilia (Jimena Anganuzzi), la niña mendocina que Perón oculta como amante, así como en Blanca Luz (María Ucedo) –que fue pareja del muralista mexicano David Siqueiros y del magnate mediático Natalio Botana, entre otros–, la temperamental consejera y secretaria de prensa del primer trabajador. También se halla en la esposa muerta tan ausente como presente, Aurelia Tizón, quien había fallecido años antes –como Evita en 1952–, de cáncer uterino. Eva las ahuyenta o busca hacerlo, dejando en claro que llegó para quedarse, pero el film las observa asimismo como alter egos de la misma mujer: su pasado de joven provinciana, su presente de amor donde despierta su conciencia política y de clase, su futuro de muerte trágica. Y es también el contexto villano el que empuja a Eva hacia Evita. Cuanto más cerca de Perón está, más se acentúa el rechazo y el desprecio que genera en ciertos sectores, por ser mujer, por ser quien es.
Perón, a su vez, es el oficial visionario que es tanto caballero amoroso de armadura reluciente como aquel que viene a ser el líder que los trabajadores no habían tenido hasta ese momento. Con cada discurso donde la palabra se pule, con cada presentación, cada resistencia que encuentra le confirman la dirección optada. Y es en realidad ese camino elegido por Perón el que arrastra a los amantes hacia el destino que representa el 17 de octubre de 1945, el que se acerca en el film como algo simplemente inevitable, donde el amor privado queda para siempre entrelazado con la misión pública.
Entre imágenes cuidadas y música que alimenta la atmósfera romántica y dramática de época, también están los aliados, los de la lealtad ambigua y los de aquella sin límites. Pero ellos están, pareciera, apenas para permitir que los protagonistas hablen y crezcan. Ese acento puesto en la palabra y en el destino escrito del 17 de octubre es quizá lo que le quita algo de ritmo al tercer largometraje de la directora. En Juan y Eva, el coronel Perón no puede más que transformarse en el general Perón, y por eso Eva habrá de convertirse en Evita. El castigo –presente en todo melodrama para con los amores imposibles–, habrá de ocurrir ya fuera de lo narrado: la muerte terrible y dolorosa de ella, el destierro para él, la mezcla de realidad y leyenda para ambos.